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Todos mis amigos(13)
Author: Susana Rubio

   ¿Lo conocía? Su espalda me era familiar, pero que yo supiera no conocía a nadie que trabajara allí...

   Cuando se dio la vuelta clavó sus ojos en los míos y casi me tuve que apoyar en la pared de la sorpresa: ¡Enzo! Era la última persona que esperaba encontrar allí y menos vestido de médico.

   ¿Desde cuándo ejercía...?

   —¿Estás bien? —me preguntó dando un paso hacia mí.

   Supuse que entre mi cara de pasmo y que estaba en el hospital, Enzo sacó sus conclusiones.

   —Perfectamente —le respondí alzando la cabeza para indicarle que no necesitaba que se preocupara por mí.

   Me dio un rápido repaso para corroborar lo que le había dicho. Puse los ojos en blanco y pasé por su lado, en dirección a la máquina. Le di la espalda y agudicé el oído esperando oír sus pasos. Enzo no se movió del sitio, todo lo contrario. De reojo pude ver cómo se apoyaba en la pared y soplaba con suavidad el vaso de plástico que tenía en las manos.

   —¿Algún familiar? —insistió.

   —No creo que te interese —le solté mientras me volvía hacia él.

   ¿Qué creía? ¿Que me ablandaría con sus preguntas? Me recliné en la pared y lo miré a los ojos sin miedo. Enzo suspiró y tomó un sorbo de café. Pensé que se iría sin decir nada más, pero era duro de pelar.

   —¿Sabes? Hay algo que no logro sacarme de la cabeza.

   ¿Solo algo? Qué suerte. Yo tenía miles de datos en mi cabeza que afortunadamente tenía bien clasificados en carpetas, como si fuera un ordenador.

   —No te preocupes, con el tiempo las cosas se olvidan. —Usé el tono más irónico que encontré en mi repertorio.

   —Ya, pero quizá me puedas sacar de dudas.

   —Quizá no me apetezca —le solté.

   Seguía dolida, estaba claro. Enzo había desconfiado de mí desde el minuto uno y no había ido más allá en sus conclusiones.

   —No consigo descifrar tus palabras. Ingenuo, me llamaste ingenuo.

   Retiré mi mirada y busqué dónde tirar aquel vaso de plástico.

   —Y sigo diciéndotelo —comenté yendo hacia la papelera que había al lado de la máquina.

   —¿Puedo saber por qué?

   No sé cómo lo hizo, pero aquellas palabras las dijo justo encima de mí. Di un pequeño respingo al sentirlo tan cerca y todas las sensaciones que viví entre sus brazos regresaron a mí al instante. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y cerré los ojos unos segundos para asimilar lo que Enzo me provocaba.

   —¿Ingenuo por qué?

   —Enzo, vamos a dejarlo.

   Él notó mi tono inseguro y entrelazó sus dedos con los míos.

   Joder, joder, no, no...

   No quería, pero un hilo invisible tiraba de mí y no me dejaba hacer lo que ordenaba mi cabeza: ¡suéltale la mano!

   Nada. Mis dedos se trenzaron con los suyos y nos quedamos quietos, sintiendo aquel leve contacto. Escuchaba nuestras respiraciones agitadas, casi podía oír nuestros corazones y estaba claro qué queríamos ambos. Aquello era una mínima parte del deseo que sentíamos. Lo había comprobado en el cumpleaños de Martín: a pesar de estar enfadados, el deseo superaba cualquier tipo de razonamiento lógico.

   —Noa, necesito saberlo.

   Su tono ronco junto a aquel contacto me hizo dudar mucho, pero resistí. Solo debía dejar su mano e irme. Era así de sencillo.

   Enzo me volvió hacia él y nos miramos de nuevo a los ojos. Ambos recordamos lo mismo: mis piernas en su cintura, sus manos en mis nalgas, mi cuello expuesto a sus labios...

   Y quería que me besara, pero no lo quería... una sensación tan extraña que no supe reaccionar cuando vi que se acercaba a mí.

   —Noa... voy a besarte...

   Sentí su aliento cálido junto al mío y me dejé llevar de nuevo. Sus labios calientes rozaron los míos y nuestras lenguas se buscaron al mismo tiempo que todo aquel deseo me subía a la cabeza como si se tratara de una auténtica borrachera.

   ¡Dios, necesitaba estar con él otra vez...!

 

 

11

 

Martes, Enzo en el hospital

   Nuestras lenguas se enredaron en un baile frenético acompasado por nuestras respiraciones.

   Estábamos quietos, con las manos entrelazadas y sin más contacto físico que ese, pero a través de nuestras bocas fluía una corriente de deseo que me provocaba un único pensamiento: hacerla mía de nuevo.

   Estábamos en el hospital, en mi nuevo lugar de trabajo y no podía hacer aquel tipo de locuras. Al final había decidido cambiar de aires y había optado por aceptar aquella plaza como médico de planta en aquel centro, donde los horarios eran bastante dignos y donde ya conocía al jefe de la unidad de traumatología.

   Estaba de guardia y podían necesitarme en cualquier momento. Cubría el turno de un colega y no quería dejarlo en mal lugar.

   Me costó un mundo convencerme de que lo mejor era separarme de Noa...

   Dejamos de besarnos para coger aire y apoyé mi frente en la suya, cerrando los ojos para sentirla con más intensidad. Sabía que aquel beso la había pillado desprevenida y que tal vez no habría otro.

   —Noa, Noa...

   No dijo nada, pero se quedó igual de inmóvil que yo. Ambos empezamos a respirar con más tranquilidad.

   —No sé qué hacer con todo esto...

   Lo decía más para mí que para ella porque era verdad que andaba perdido con Noa. Tenía la impresión de que a veces iba varios pasos por delante de mí, a pesar de que era mucho más joven que yo. Noa me daba a entender que estaba equivocado con ella, pero los indicios hablaban claro: era muy muy guapa, la había visto liándose con más de uno, no parecía querer una relación en serio con nadie... Y la prueba concluyente era aquella foto en la discoteca que me había enviado mi ex. Le había pedido a Alicia explicaciones sobre su procedencia y me las dio con todo lujo de detalles: estaba en los reservados con un amigo, había visto pasar a Noa con ese tipo riendo y en cuanto la vio besándose le hizo aquella foto para enseñármela y que no le dijera que era una mentirosa. Claramente hubiera preferido no ver esa imagen, pero tampoco quería ser uno más en la lista de Noa.

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