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Todos mis amigos(11)
Author: Susana Rubio

   —Estás un poco pálida.

   —¿Eh? No, no, estoy bien.

   La verdad era que no andaba bien del todo. Desde el sábado que me encontraba un poco floja, pero supuse que se me pasaría en unos días. No era nada tan grave como para ir al médico.

   —Es tu última semana en el bufete...

   —Mamá, ya lo hemos hablado cien veces.

   —Lo sé, lo sé.

   —¿Entonces?

   Mi madre había intentado por activa y por pasiva convencerme de que siguiera en su bufete, pero yo había tomado la firme decisión de irme de allí y alejarme de Pablo.

   —Nada, que te echaré de menos cuando no estés.

   La miré sorprendida por sus palabras y me puse de pie casi de un salto.

   —¿Te pasa algo? —le pregunté, acercándome a ella.

   Alzó las cejas y sonrió.

   —Edith, creo que serás una abogada excelente y que el bufete pierde a alguien muy valioso con tu marcha, pero, además, me gusta trabajar con mi hija.

   Se me humedecieron los ojos de repente y me asusté de mí misma. ¿Y esa reacción? ¿De dónde carajos salía? Tenía ganas de llorar, estaba emocionada y me hubiera echado a los brazos de mi madre sin pensarlo. Pero nosotras no hacíamos esas cosas. Hablar de aquello ya era mucho. Quizá a los doce años había sido la última vez que me había hablado de aquel modo.

   —A mí también contigo —atiné a decir intentando no soltar una de aquellas lágrimas que pugnaban por salir de mis ojos a pesar de que yo no quería.

   Mi madre me abrazó de repente y mis brazos rodearon su cintura con miedo de que aquello fuera simplemente un sueño. Aspiré su caro perfume y sonreí feliz. Era mi madre y sabía que me quería, aunque lo demostraba tan poco...

   —Espero que en el nuevo bufete te traten como es debido, si no se las verán conmigo.

   Solté una risa y mi madre rio mientras nos separábamos. Justo en ese momento sonó el timbre de casa y desapareció la magia como si fuera humo.

   En fin, menos era nada.

   En el videoportero vi a Martín y me quedé de piedra. ¿Qué hacía allí? ¿Venía a decirme en persona que no me preocupara por él? ¿Que estaba bien? ¿O venía a decirme que me echaba de menos?

   Esas y otras preguntas pasaron a toda velocidad por mi cabeza mientras me miraba en el espejo para asegurarme de que estaba presentable.

   Salí a abrir la puerta con una sonrisa que me desapareció nada más ver sus ojos. Me recibió con aquella mirada de desprecio a la que me tenía acostumbrada últimamente.

   —Después de currar veinticuatro horas seguidas he ido al médico, sin descansar nada —dijo en un tono acusador.

   —¿Tienes algo grave? —le pregunté, con cautela.

   —Pues supongo que lo mismo que tú.

   —¿Cómo?

   No entendía de qué me estaba hablando.

   —No, si encima ni lo sabrás.

   —¿Puedes explicarme de qué se trata? —le pregunté, mosqueada.

   —Pues resulta que desde que lo hicimos tenía dolor al orinar y además iba demasiado a menudo al baño. Así que he ido al urólogo y tengo que hacerme análisis para confirmar una posible gonorrea.

   —¡¿Gonorrea?! —exclamé, alarmada.

   —Sí, esa enfermedad de transmisión sexual que se contagia si no usas condón. ¿Te suena?

   Parpadeé un par de veces ante lo que me estaba diciendo: ¿Martín tenía gonorrea?

   —¿Estás insinuando que yo te la he pasado?

   —¿Insinuando? Nooo. Te lo estoy diciendo en la cara porque yo no lo he hecho con nadie más sin preservativo, cosa que no puede decirse de ti.

   —¿Perdona? ¡Yo tampoco! —grité, enfadada.

   ¿De qué iba este tío?

   —¡Qué cojones! ¿Me vas a decir que no sé cuándo he usado o no preservativo?

   Martín también estaba cabreado y nuestra conversación iba subiendo de tono.

   —Pues tal vez no, Martín, tal vez ni te acuerdes con tanta tía a tu alrededor.

   —¿Hablas de mí o de ti? Porque te recuerdo que aquí la única que ha mentido eres tú.

   —Vaya, ¿ahora quieres hablar de eso? ¿No prefieres besarte con alguien delante de mi cara?

   —Besarse no es lo mismo que follar. A ver si tu jefe te ha pasado la mierda esa...

   —¡Tú eres imbécil!

   —¡Mucho! Por fiarme de alguien como tú.

   —¿Alguien como yo?

   —Alguien que está acostumbrada a mentir. No me cabe duda de que serás una abogada de puta madre.

   —Madre mía...

   Cogí aire para no decir más disparates ni insultarlo. No sacaría nada perdiendo los nervios de aquel modo.

   —El otro día vomitaste, así que yo que tú iría al médico.

   En ese momento me quedé sin habla... Joder, era verdad. ¿El vómito era uno de los síntomas de esa enfermedad? ¿Y si la tenía? ¿Y si era cierto? ¿Por eso me encontraba tan floja?

   —Martín, yo no lo he hecho con nadie más de ese modo.

   Me miró a los ojos intentando averiguar si le mentía y acabó negando con la cabeza.

   —Yo tampoco, así que si los dos tenemos esa mierda solo puede ser porque tú te has follado a alguien sin protección.

   No lo entendía, porque yo sabía que no era así, pero si él aseguraba que él tampoco lo había hecho de ese modo... ¿Entonces?

   Se fue sin decir nada más y me quedé encogida. ¿Estaba enferma?

   Llamé a Noa casi sin pensarlo.

   —¿Noa?

   —Dime, petarda.

   —¿Puedes hablar o es muy tarde?

 

 

10

 

Martes, Noa en su casa

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