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Todos mis amigos(12)
Author: Susana Rubio

   —Claro que puedo hablar, ¿qué ocurre, Edith?

   —No sé ni por dónde empezar, pero te hago un resumen rápido: ha venido Martín a mi casa, me ha dicho que tiene gonorrea y que se la he pasado yo.

   —¿Qué dices?

   No podía creer lo que oía.

   —Lo hicimos sin preservativo y está seguro de que yo le he contagiado...

   Edith me explicó con pelos y señales aquel encuentro en el que Martín la acusaba directamente de ser la portadora de aquella enfermedad.

   —Veamos... síntomas de la gonorrea...

   —¿Lo estás buscando? —me preguntó Edith—. Yo no me he atrevido.

   —No, no, los recuerdo de cuando tocamos ese tema en bachillerato. Veamos... ¿aumento de la secreción vaginal?

   —Negativo.

   —Micción dolorosa y frecuente.

   —Tampoco.

   —Relaciones sexuales con dolor.

   —Estoy a dos velas así que no lo sé.

   —¿Dolor abdominal?

   —No me duele nada. Madre mía, madre mía.

   —Tranquila. Edith... ¿Fiebre? ¿Vómitos? Joder, el sábado...

   —Martín me lo ha dicho, me ha dicho que fuera al médico porque el sábado vomité. ¿Es un jodido síntoma? ¿En serio?

   —Puede serlo, Edith, pero eso no quiere decir nada.

   Analicé la explicación de Edith y saqué mi propia conclusión con rapidez.

   —¿Nada? Martín tiene la cosa esa y me la habrá pasado a mí. ¡Que estoy enferma! ¡Yo, con una enfermedad de transmisión sexual! No puede ser, no puede ser, Noa.

   —A eso me refiero, Edith. No sabemos si Martín tiene gonorrea.

   Edith calló unos segundos y supuse que su cerebro empezaba a pensar con algo más de claridad.

   —Me ha dicho que sí...

   —Martín ha ido al urólogo y tiene que hacerse unos análisis para confirmar esa sospecha, pero podría ser otra cosa.

   —¿Otra cosa?

   —No lo sé, si le hacen el análisis será para asegurarlo. ¿Podría ser una simple infección de orina? Por lo que me has dicho también podría ser.

   —Martín no ha comentado nada de eso, al revés, ha venido a acusarme seguro de que yo le he pegado la gonorrea.

   —Ya...

   —Además... ¿Y mis vómitos? Eso no es un signo de infección de orina, Noa.

   Resoplé ante lo evidente. Era cierto, pero aquellos vómitos quizá no tenían nada que ver con todo aquel embrollo.

   —Mira, Edith, te paso a buscar ahora mismo y vamos al hospital, ¿te parece?

   —Sí, sí. Te iba a decir lo mismo.

   Salí de casa casi volando después de pedirles el coche a mis padres. Sabían que siempre iba en metro o en autobús, pero les dije que era una emergencia, que Edith no se encontraba bien y que su madre no estaba. Lógicamente no pusieron ningún impedimento y me fui en busca de mi amiga.

   Durante el recorrido pensé en Martín y Edith. Aquella historia parecía que no iba a tener un final feliz. Si tenían aquella enfermedad, estaba claro quién se la había pasado a quién. Yo sabía que Edith no mentía y en cambio a Martín apenas lo conocía. Lo raro era que él estuviera tan seguro de que la culpable era ella... aquello no cuadraba demasiado, pero como las personas humanas masculinas son tan impredecibles nunca podías asegurar nada.

   Edith me esperaba fuera y subió al coche con rapidez.

   —¿Cómo estás? —le pregunté antes de arrancar de nuevo.

   —No lo sé, un poco confundida con todo esto. Para una vez que lo hago sin nada y mira...

   —Sí, es una gran putada.

   —No sé qué me pasó por la cabeza en aquel momento.

   Deseo, ganas, ceguera pasional... Sabía qué era aquello perfectamente porque con Enzo lo hubiera hecho de ese modo. Si en el cumpleaños de Martín él hubiera pasado de ponerse el preservativo, yo no le hubiera dicho nada. ¿Que no era lo correcto? Evidente, porque las consecuencias podían joderte bien la vida. Una gonorrea no era nada comparado con el sida o con un embarazo. Pero en esos momentos cargados de deseo y pasión era complicado pensar con lógica...

   —Con lo que yo he sido siempre —añadió Edith.

   —Deja de reñirte. Lo hiciste porque confiaste en Martín y punto.

   —Me dijo que estaba limpio y le creí.

   Edith suspiró. Supe qué pasaba por esa cabeza: no puedes fiarte siempre de lo que te diga el chico que te gusta porque quizá no sea verdad.

   —No le des más vueltas.

   —¿Y si es algo que suele hacer habitualmente? ¿Decir esas frasecitas para que te creas que eres única? Madre mía, qué idiota he sido.

   Vale, no sería el primero que usaba aquel tipo de artimañas para conseguir su objetivo, pero nunca hubiera dicho que Martín fuese tan ruin.

   —La verdad es que no le pega —le dije casi sin pensar.

   —Eso pensaba yo, aunque visto lo visto...

   Dejé el coche en el aparcamiento del hospital y entramos en urgencias para que atendieran a Edith. Estuvimos más de una hora esperando en una sala destinada a ginecología hasta que la llamaron. Estuvimos charlando de aquella enfermedad durante un buen rato, Edith quería saber lo que le esperaba. Le dije varias veces que no adelantara acontecimientos, pero Edith es así...

   Cuando la llamaron la miré y ella con sus ojos me dijo que la esperara allí. Asentí con la cabeza y me acomodé en la silla observando a mi alrededor. No había demasiada gente, pero analicé cada una de aquellas personas con rapidez: una madre que estaba más pendiente del móvil que de su hijo, un par de amigas que cuchicheaban preocupadas y un hombre trajeado que tomaba un café.

   Me levanté como un resorte en busca de una máquina de café y la encontré nada más girar la esquina. Había un tipo alto, con su bata blanca y echando monedas. Me dirigí hacia él sin prisas, haciendo tiempo para que acabara de recoger su bebida.

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