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Todos mis amigos(14)
Author: Susana Rubio

   —¿Noa?

   Ambos nos separamos como si estuviéramos haciendo algo mal y me volví hacia aquella voz femenina.

   Era Edith... ¿Estaban allí por ella?

   —Eh... hola, Enzo.

   Edith se sorprendió de verme allí. Solo Luna sabía que había cambiado de trabajo y lo sabía porque era la única de las cuatro que se acercaba al bar.

 

 

12

 

Martes, Luna en el bar

   Miré a mi alrededor y eché en falta a Enzo. Me había acostumbrado a verlo por ahí, a que me sirviera con esa perfección y a que se acercara a mí para sonsacarme información de las chicas, sobre todo de Noa.

   No entendía que dos personas se gustaran tanto y no fueran capaces de sentarse a tomar un café y hablar con tranquilidad. Estaba clarísimo que Enzo seguía colado por mi amiga y también que Noa pensaba en él más de lo que quería reconocer... porque si alguien la conoce bien soy yo.

   —Eres una exagerada, Luna. Lo de Enzo ya es historia.

   —Lo que tú digas, Noíta.

   —No me llames así.

   —¿Te recuerdo a Enzo?

   —Qué pesada eres cuando quieres...

   Cierto, pero lo que yo quería era que abriera los ojos de una vez y calmara aquel temperamento que la dominaba en tantas ocasiones.

   Vale, Enzo la había cagado pensando que aquella foto era real. No había dejado que Noa se explicara, pero es que el niño también es de armas tomar. Y Noa lo sabe. Y como Noa lo sabe debería haber puesto un poco de cordura entre los dos y plantarse delante de él para explicarle con pelos y señales qué había ocurrido.

   ¿A partir de ahí? Pues estoy segura de que Enzo hubiera abierto la boca en plan dibujos animados, Noa se lo hubiera echado en cara, él le habría pedido perdón un millón de veces, ella se hubiera mosqueado y él se hubiera plantado en casa de Noa con todo su descaro.

   Asunto arreglado.

   Pero no, Noa insistía en que Enzo era un tipo complicado que tenía una historia complicada con una tía más complicada todavía. Y parte de razón tenía, aunque no era para tanto... o yo no lo veía así.

   Por eso cada vez que Enzo se acercaba a mí con cara de niño bueno y disimuladamente me preguntaba por las chicas me reía por lo bajini y le respondía con cuidado porque lo mío es irme de la lengua.

   —Mira quién está aquí...

   Oh, oh, ¿mis padres un lunes por la noche en el bar?

   —Mamá...

   —¿Esperas a alguien o nos podemos sentar? —preguntó mi padre sentándose a mi lado.

   —¿No cenabas con las chicas? —dijo mi madre, extrañada.

   —Sí, claro. Pero ya se han ido.

   A ver cómo le decía que esperaba a Sergio y a su prima... No habíamos vuelto a hablar de él y yo salía a escondidas con Sergio para no tener problemas en casa. En parte me sentía culpable porque no me apetecía ser una carga emocional más para mi madre.

   —¿Entonces?

   —¡Hola, Luna!

   Me volví para ver a Erika y pensaba que Sergio estaría con ella. Pero no, estaba sola. ¿Y Sergio?

   —Erika, ¿qué tal?

   —Ya estoy aquí, ¿me vas a ayudar con esos deberes de derecho?

   —Eh... claro...

   —¿Es tu hermana? —preguntó Erika pizpireta dirigiéndose a mi madre.

   Mis padres le sonrieron ampliamente.

   —Ya me gustaría, pero no, soy su madre.

   —¡Vaya! ¡Qué bien se conserva usted!

   Mis padres rieron y yo miré a Erika alucinada. Observé unos segundos a través del cristal del bar y vi a quien esperaba ver: a Sergio.

   Él sabía los problemas que podía tener con mis padres y había sido precavido. De ahí que Erika hubiera entrado sola.

   Me levanté casi de un salto y mis padres me miraron un poco sorprendidos.

   —Eh... nos vamos.

   —¿Adónde? —preguntó mi padre sonriendo.

   —Vivo a un par de calles y tengo allí los apuntes. Bueno, si vieran mi habitación saldrían corriendo de mi casa. Tengo tantos libros que creo que esta noche he usado un par de ellos de almohada. Es que...

   —¿Erika? ¿Vamos? —propuse en un tono cariñoso.

   —Sí, sí. Hasta otra —dijo a mis padres.

   Me despedí de ellos un poco nerviosa y salimos a la calle en busca de Sergio.

   —¿Soy buena, eh?

   Erika acompañó sus palabras con un suave codazo y una risa.

   —Lo eres, muy buena —respondí cogiéndola del brazo.

   Cada vez me gustaba más la prima de Sergio.

   —¡Luna!

   Sergio estaba al volver la esquina y nos dimos un apretado abrazo. Les agradecí a ambos que hubieran dado esquinazo a ese encuentro porque la verdad era que llevaba una época bastante relajada y no quería empezar a ponerme nerviosa. Sabía que más tarde o más pronto tendría que sentarme a hablar con mis padres y explicarles mis sentimientos, pero me daba miedo, mucho. Había logrado con la terapia grupal y con Sergio unas semanas de tranquilidad y me sentía tan bien que me daba pavor volver al punto de partida.

   —He visto a tus padres entrar en el bar.

   —Siento que tengamos que estar así.

   —¿Qué dices, Luna? —soltó Erika muy risueña—. ¿Sabes lo divertido que es practicar mis dotes de interpretación?

   Nos reímos los tres y miré con cariño a la prima de Sergio. A pesar del susto que tuvo el sábado con aquellos chicos, nadie le quitaba la sonrisa.

   —¿Tomamos un café o preferís otra cosa? —nos preguntó Sergio.

   —Un café —respondimos ambas a la vez.

   Sergio y yo habíamos quedado en vernos con Erika para hablar sobre lo ocurrido con aquellos tipejos. Sergio había preferido que su prima meditara sobre el tema, ya le había dicho que cualquier decisión sería la correcta y que él estaría de su lado.

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