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Todos mis amigos(10)
Author: Susana Rubio

   Penélope estaba preocupada porque Hugo de repente se había vuelto un tipo hiperactivo. Lo único que tenía que hacer era hablar con él y explicarle que no necesitaba todos aquellos planes para sentirse feliz.

   Me gustaba ver que mi amiga seguía tomando las riendas de su vida, aquella Pe sumisa y conformista había quedado muy lejos. Ahora mismo era una chica más que tenía un pequeño problema con su pareja. Quizá sí se habían tirado a la piscina demasiado pronto yéndose a vivir juntos, pero tampoco era el fin del mundo. Uno se cae y se levanta, no pasa nada. La vida es eso, aunque algunos tropezamos demasiadas veces con la misma piedra.

   La mía era Martín, evidentemente.

   ¿Qué carajos me había pasado por la cabeza el sábado para dejar que me llevara a casa? Lo único que había conseguido era remover cosas dentro de mí y para nada.

   —Edith, nos dijiste que te había besado, pero ¿cómo fue la cosa? ¡No te dejes ni un detalle!

   Aquella era Luna, que quería oír una buena escena romántica; la verdad era que había sido todo un poco extraño...

   —¿Podrás entrar sola y eso...?

   —Sí, tranquilo. No sé qué me ha pasado. Gracias por todo.

   Di un paso hacia la puerta y Martín también dio ese paso de modo que así consiguió estar algo más cerca de mí.

   Tragué saliva porque no quería meter la pata de nuevo. Aquella misma noche me había mirado con desprecio y no entendía demasiado en qué punto estábamos. ¿Quería algo conmigo o simplemente estaba preocupado? Perdía facultades, lo reconozco, con Martín no atinaba demasiado.

   —Esto... quería comentarte algo...

   Sus ojos se clavaron en los míos y me quedé unos segundos sin respiración.

   —¿Algo? —pregunté lamiendo mis labios.

   Martín dirigió la mirada a mi boca y se me encogió el estómago. No había deseado algo tanto en mi vida.

   —Eh...

   Se acercó despacio a mis labios, como en las películas, y cuando me rozó la piel cerré los ojos para saborear su boca. Fue un beso casto, sin lengua, pero cargado de una electricidad que recorrió mi cuerpo hasta quedarse en mi cabeza.

   Madre mía...

   Se separó de mí del mismo modo, casi a cámara lenta, y me miró a los ojos con un brillo especial. Durante unos segundos pensé que quería hablar conmigo sobre lo que había ocurrido, y de repente hizo un gesto extraño con los ojos, como si le doliera algo y le cambió el semblante radicalmente.

   —Tengo que irme —comentó más serio dando varios pasos atrás.

   —Claro.

   —Cuando entres me iré —dijo con frialdad.

   Busqué algo de calidez en sus ojos, pero solo encontré una indiferencia que no entendí tras aquel acercamiento, con lo cual la que se mosqueó en ese momento fui yo. Di media vuelta, abrí la puerta y me fui sin decirle nada más.

   ¡Menudo imbécil! ¿Para qué me besaba? ¿Y yo? ¿Por qué había dejado que me besara? Porque me moría por sentirlo, joder...

   —Quizá tuvo un ataque de piedra en el riñón.

   Aquella afirmación era de Luna y las tres la miramos como si tuviera dos cabezas.

   —¿Qué? Quien dice eso dice una infección de orina —añadió recostándose en la silla.

   —Luna, ¿has vuelto a fumar maría? —le preguntó Noa, muy seria.

   —Aquí Luna, radio patio. Cuando Enzo se despidió de Martín le dijo algo así como: «No dejes de ir al urólogo».

   —¿Al urólogo? ¿Estás segura? —le pregunté con interés.

   Realmente aquella mueca había sido lo más parecido a un gesto de dolor. ¿Le ocurría algo grave a Martín?

   —Ya sabéis que otra cosa no, pero el oído lo tengo muy fino —nos aseguró Luna, convencida.

   —Podría habérmelo dicho, ¿no? —dije preocupada.

   —Tal vez tiene un callo en el pene y no quiere que lo sepas —comentó Luna antes de dar un mordisco a su bocadillo.

   Soltamos las tres una carcajada de campeonato y estuvimos riendo durante un buen rato a pesar de que Luna se defendió diciendo que no bromeaba, que un mal movimiento del aparato masculino podía provocar que se doblara y se produjera una cicatriz o un callo.

   Al final de la noche todavía sacábamos a relucir el tema del callo.

   —¡Luna! ¿Pedimos unos callos?

   Nada como las amigas para olvidar el mal de amores... Sonreí al recordar aquellos momentos.

   El martes, al final del día, decidí ponerme manos a la obra. Si Martín se había acercado quizá era porque sentía algo por mí. Averiguaría qué me había querido decir la otra noche.

   Edith: Hola, Martín, ¿estás bien? El otro día me pareció que te dolía algo...

   Estaba en línea y me respondió enseguida. Cerré los ojos unos segundos antes de mirar la pantalla, rezando para que su respuesta no doliera.

   Martín: Estoy saliendo del urólogo.

   Vaya... Luna tenía razón.

   Edith: Espero que no sea nada. Si necesitas algo, ya sabes. Cuídate.

   Me leyó, pero no me respondió y me dejó con mal cuerpo. ¿Tanto le costaba decir simplemente adiós?

   No añadí nada más porque no quería parecer una pesada, aunque quería que supiera que me preocupaba que se encontrara mal.

   Dejé el móvil a un lado y suspiré cansada de mi vida sentimental. Entre el encontronazo con la exmujer de Pablo y la actitud de Martín iba servida.

   —¡Edith!

   —Estoy en la habitación, mamá.

   Mi madre entró y me miró unos segundos con interés. Yo seguía echada en la cama y me senté para atender qué quería. Con mi madre no podía hablar ahí tumbada, no era lo correcto.

   —¿Estás bien?

   —Sí, ¿por?

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