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Todos mis amigos(7)
Author: Susana Rubio

   —No sé de qué hablas.

   —Mira, guapa, haces muy buena pareja con Enzo.

   —¿Ah, sí? —preguntó, contenta.

   —Sí, sois los dos igual de gilipollas.

   Me di la vuelta rápido y no quise escuchar más a esa tía. Sabía que tenía problemas serios, pero la tenía atragantada y le gustaba demasiado buscarme las cosquillas.

   —¡Joder!

   Choqué con alguien al girarme tan deprisa y me asusté.

   —¿Algún problema?

   Genial, era Enzo, que debía ir en busca de su chica.

   —Déjame pensar... No, hace aproximadamente un mes que estoy muy tranquila.

   Enzo clavó su mirada fría en mis ojos.

   —Te he visto hablando con Alicia.

   —Más que hablar, ladra, pero es toda tuya —le dije con intención de alejarme de allí.

   Enzo me atrapó los dedos de una mano y me quedé inmóvil unos segundos. El tacto de su piel activó algunas imágenes que tenía muy grabadas en mi mente: Enzo clavando sus dedos en mi cuerpo, su respiración sofocante, sus dientes tirando de mi labio inferior...

   No, no iba a sucumbir a esa química que había entre los dos.

   Me acerqué a él y casi le gruñí en los labios.

   —No vuelvas a tocarme.

   —No quiero tocarte —dijo con frialdad—. Para eso ya tienes a tus pretendientes.

   Seguía en sus trece de que yo era una mantis religiosa.

   —Exacto y tú no estás entre ellos.

   —Bueno, nunca se sabe. Quizá si te invito a un par de copas acabas en mis brazos.

   —¿Qué insinúas? Yo no necesito que nadie me invite a nada, listo.

   —Es verdad, las tías como tú vais sobradas.

   —Sí, de cerebro, cosa que no puedo decir de ti.

   —¿Me llamas tonto de nuevo?

   —Tonto no, pero ingenuo lo eres un rato.

   Enzo frunció el ceño y buscó algo en mis ojos. Lógicamente no lo iba a sacar de dudas.

   —¿A qué te refieres?

   —No sé, pregúntaselo a tu novia.

   Sabía que eso le molestaba, porque me había repetido mil veces que no era su novia.

   —Prefiero tu versión —replicó acercándose un poco más.

   Podía sentir su aliento encima y puse en orden mis neuronas para responderle sin decir ninguna tontería. El efecto Enzo era demasiado, incluso para mí.

   —No creo, quedarías como un niñato.

   Enzo me miró los labios y seguidamente los ojos.

   —Alicia es de fiar, ¿cierto? Entonces, adelante —le indiqué moviendo la mano hacia ella.

   Enzo no dijo nada y aproveché para irme de allí ipso facto. No eran necesarias tantas explicaciones y me mosqueé conmigo misma por hablar más de la cuenta. Él no era tonto y estaba segura de que intentaría averiguar qué le había querido decir. Me di la vuelta un segundo para asegurarme de que no me equivocaba: Enzo hablaba con Alicia, aunque no me quitaba la vista de encima.

   Le miré con desprecio porque iba tarde, muy tarde. Si Alicia le decía la verdad, cosa que dudaba mucho, no me serviría que viniera como un gatito a pedirme disculpas. Su momento ya había pasado, por mucho que me gustara.

   —Oh, oh, ¿quién tenemooos aquí?

   Me crucé con Kaney, que iba más bebido que menos y me cayó la moral por los suelos: en la mano llevaba otra copa de ginebra, un claro ejemplo de que mis charlas con él no servían para nada.

   —Veo que has bebido lo que te ha dado la gana.

   —¡Eh! ¡Eh! Tranquila, que aquí solo eres una tía buena.

   Me molestó muchísimo que él también me viera como un mero objeto sexual.

   —Pues esta tía buena te va a decir una cosa muy en serio.

   —Vamos, desembuuucha.

   No sabía si se acordaría al día siguiente, pero las palabras salieron de mis labios sin pensarlo mucho.

   —Como veo que mi tratamiento no te sirve de nada voy a tirar la toalla contigo.

   De repente desapareció aquella sonrisa perenne de su cara y sus ojos color miel se oscurecieron.

   —¿Y eso qué significa?

   —Que conocerás a una nueva terapeuta.

   Kaney se lamió los labios en un gesto rápido.

   —A ver, a veeer... Estás bromeando, ¿no?

   —¿Tengo cara de estar bromeando? —le pregunté muy seria.

   Bueno, parecía un poco afectado, pero estaba segura de que Kaney haría lo que le saliera de allí igualmente.

   —No puedes hacer eso.

   —¿El qué?

   —Dejarme colgado a mitad de la terapia.

   —Poder, puedo.

   —No serías una buena profesional.

   —Vale, quizá no lo soy —lo reté con alevosía.

   Kaney se mordió el interior de la mejilla mientras pensaba qué decirme.

   —Está bien, tú ganas —dijo sin titubear.

   —¿Y eso qué significa? —repetí sus mismas palabras.

   Miró su copa y la señaló con un dedo. Empezó a verter el líquido en el suelo de la discoteca y lo detuve.

   —Puedes simplemente dejarla en la barra —le dije con mi mano atrapando la suya.

   —Así es más divertido.

   —Kaney...

   —Dios, Noa, podría engancharme a ti, ¿lo sabes?

   Nos miramos a los ojos sin miedo. Era mi paciente y no iba a retirar mis ojos de los suyos. No me dejaría ganar por muy prepotente que fuese.

   —No me impresionan esas frases, Kaney.

   —Eres lista, dura y peleona, el sueño erótico de cualquier tío con cerebro.

   Abrí los ojos unos segundos, sorprendida por sus palabras. Realmente, a veces, me descolocaba porque quizá era el tío más descarado con el que me había topado hasta entonces.

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