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Todos mis amigos(15)
Author: Susana Rubio

   Entendíamos que Erika lo dejara correr para no tener más problemas, y al mismo tiempo nos daba rabia pensar que aquellos chicos podían ir abusando de cualquier chica que se les pusiera a tiro. Erika sabía algunas llaves de defensa personal, pero ¿y la que no sabía cómo defenderse?

   Entramos en una cafetería que estaba un poco más lejos y los tres pedimos un café bombón, especialidad de la casa.

   Sergio, como buen representante del género masculino, fue al grano nada más sentarnos.

   —Erika, ¿ya has pensado qué hacer?

   Ella lo miró algo más seria.

   —Ayer fui a la policía.

   Tanto Sergio como yo abrimos los ojos como platos.

   —Sí, ¿para qué esperar más? Nada más levantarme lo vi claro. Debía explicar lo que pasó, aunque sé que a esos imbéciles no les va a ocurrir nada.

   —Bueno... eso no lo sabemos —dije, dudando.

   Estaba claro que era un tema candente y estaba a la orden del día. Todos sabíamos que era harto complicado corroborar que esos chicos se habían intentado propasar con ella y que uno le metió mano. Las preguntas podían ser múltiples: ¿estás segura de que lo hizo? ¿Y si lo hizo no sería porque tú querías? ¿No le incitaste? ¿Qué hacías con cinco chicos a esas horas en el exterior de la discoteca? ¿No es verdad que te enrollaste con uno de ellos sin apenas conocerlo? ¿Es eso normal para ti?

   En fin, siempre éramos nosotras las que teníamos que justificar lo que hacíamos y lo que no. En cambio, ellos... ellos nada. Esa era nuestra magnífica sociedad no machista.

   —Vamos, Luna, que yo también veo la televisión —comentó Erika bastante resignada.

   —Supongo que tienes razón. ¿Cómo fue en la policía? ¿Fuiste sola? Podías haberme avisado —le riñó Sergio en un tono suave.

   —Sabía que estarías durmiendo y no quise molestarte. Les expliqué qué había ocurrido y me atendió una mujer que se portó muy bien conmigo, en ningún momento me sentí atacada. Me preguntó el nombre del chico, el color y marca del coche y si sabía algún dato más.

   Sergio y yo asentimos con la cabeza y Erika continuó.

   —Le expliqué lo poco que sabía de Guillermo y me comentó que sabiendo el nombre, la marca y color del coche y dónde trabajaba no sería complicado encontrarlo. También le expliqué que el amigo al que había golpeado debería tener algún tipo de herida en la frente.

   —Bien, eso confirmará que no mientes —comentó Sergio.

   —La policía me creyó en todo momento, lo vi en sus ojos. Pero también me dejó bastante claro que el abuso sexual era bastante complicado de castigar. El juicio puede tardar más de seis meses y después probablemente no les ocurra nada, aunque yo me quedaré más tranquila.

   —Quizá se lo piensan mejor la próxima vez —le dije apoyándola.

   —Exacto, eso es lo que acabé pensando. Yo supe defenderme, pero no todas las chicas son como yo.

   —Muy bien hecho, Erika. Te admiro por ello —le comentó Sergio.

   —Sí, porque al final lo dejamos pasar todo y hay cosas que no pueden permitirse —dije.

   Días atrás había leído en un post de Facebook la gran frase «En esta sociedad nos damos por culo los unos a los otros y tenemos que aguantarnos». ¡Cómo! No estaba nada de acuerdo, por supuesto. Hablaban de las molestias que provocaba un perro a un vecino y muchos de ellos le decían al susodicho que se jodiera, que solo eran ladridos de perro durante la noche, que se marchara de allí o que insonorizara la casa. Al leer aquello no supe si reír o llorar. ¿En serio había gente así de incivilizada? ¿No es lo normal que quieras dormir sin que nadie te moleste? ¿Y lo de no quejarse y aguantarse? Era increíble. ¿Ese era el mensaje que pasábamos a las nuevas generaciones?

   —Pues sí, pensé que quizá el próximo sábado irían a por otra víctima y tal vez no tendría tanta suerte como yo. ¿Cómo iba a vivir yo con eso en la conciencia?

   Sergio y yo estábamos de acuerdo con ella, aunque también sabíamos que Erika era una chica muy fuerte, con mucho carácter y muy segura de sí misma. No todas eran como ella pero había que hacer un esfuerzo para denunciar cosas como esa, porque esos chicos acababan pensando que sus actos eran lo más normal del mundo y estaban muy equivocados. Alguien tenía que decírselo y quizá con algún tipo de susto reaccionaban... quizá.

   Nos quedamos los tres charlando tranquilamente de otros temas hasta que me acompañaron hasta el portal. Sabía que mis padres estaban ya en el piso por la luz de la ventana y nos despedimos con tranquilidad y con muchos besos mientras Erika miraba su móvil para dejarnos algo de intimidad.

   —¿Mañana en mi piso?

   —¿Vas a prepararme uno de esos platos estrafalarios que sacas de internet? —le pregunté riendo.

   —No, no, te prepararé uno que me ha pasado Penélope.

   —¿Pe? ¿Y eso?

   —Se lo he pedido porque como siempre estáis con el rollo ese de que cocina de muerte y blablablá... Tengo aquí un audio de diez minutos de tu amiga.

   Nos reímos ambos y me imaginé a Penélope explicándole a Sergio cómo cocinar.

   Mi querida Pe... ¿habría hablado ya con Hugo?

 

 

13

 

Miércoles, Penélope en su piso

   —Buenos días, preciosa, ¿despierta?

   Sí, desde las cinco de la mañana que no había pegado ojo por culpa de esa charla que tenía en mente con él.

   —¿Cansada? —preguntó dándome un beso en el cuello.

   ¿Por qué? ¿Por ir al cine, tomar una cerveza y dar un paseo de dos kilómetros? Nos habíamos metido en la cama casi a las tres. Yo pensaba que después de trabajar el turno de veinticuatro horas Hugo estaría cansado, pero, tras pasarse casi medio día durmiendo, por la noche estaba en plena forma.

   —¡Joder! —Me incorporé en la cama y di un golpe en el colchón con ambas manos.

   —¿Pe...?

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