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La belleza del mal(10)
Author: Annie Ward

   —Tu cita era a mediodía —dice, y me llevo las manos a los ojos.

   Soy un desastre.

   —Lo hago todo al revés. Estoy avergonzada. Guardo el beicon en la despensa, pongo la tetera eléctrica en la placa de cocción y la casa huele a goma quemada y…

   —Chist —dice, y me pasa un brazo por el hombro—. Después de todo, has sufrido una lesión cerebral traumática. Date un respiro. A mí me pasa lo mismo a veces, porque tengo la cabeza en otra parte. Estás bien, Maddie, y vas mejorando. Cuidas de un niño de tres años tú sola, y eso no es fácil. Ven, entra, te prepararé un té.

   No suelo llorar, pero, si lo hago, suele ser porque alguien me trata bien. Lloro mientras Camilla me prepara el té. Me siento mucho mejor. Decido sin reservas que adoro a mi psicóloga hippie pata-camello zumbera con gorra de pedrería. Siento olas de afecto hacia ella. Estoy bastante segura de que, cuando me mira, es a mí a quien ve. Lo sé. A mí, a Maddie, y no al estropicio de cara que tengo.

   —Así que has olvidado las fotos —dice una vez que nos hemos sentado en su oficina con el té.

   —Las escogí y las dejé en la mesa de la cocina…, pero, en eso, Charlie no encontraba sus zapatillas y llegábamos tarde…, así que sí, me las he olvidado.

   —Vale —dice—. No pasa nada. Hoy quería empezar con unos diarios a partir de las fotografías, pero podemos intentar algo distinto. Y no necesitas nada más que tu cuaderno y un bolígrafo.

   Me mira con expectación. Me estremezco.

   —¿Has olvidado que tenías que traer un cuaderno y un bolígrafo?

   —Pues sí.

   —¿Serás capaz de recordar el camino de vuelta a tu casa? —pregunta maliciosamente.

   —Espero que sí. Espero acordarme de recoger a Charlie.

   Se hace un silencio hasta que las dos al mismo tiempo decimos: «No tiene gracia».

   Me río con todas mis fuerzas. Sigue doliéndome, pero me sienta bien. Ella se levanta e inspecciona su librería, donde tiene una pila de cuadernos con espiral. Revuelve entre ellos y se gira con una sonrisa socarrona. En la cubierta del cuaderno que ha elegido para mí hay una fotografía de un gato feliz con dos patas de colores distintos. Reza: «La vida es demasiado corta como para preocuparse de llevar calcetines del mismo color».

   —Este —dice alegremente—. Escribe tu nombre. De ahora en adelante, utilizarás este cuaderno en el despacho. Será tuyo. Lo guardaré para que lo tengas siempre aquí. Haré fotocopias de las entradas de tu diario para que te las lleves a casa y las consultes cuando quieras. ¿Te parece?

   —Gracias, Camilla.

   Cojo el cuaderno.

   —Entonces lo que vas a hacer es escribirle una carta a alguien. Puede ser alguien que esté vivo o muerto. Puede ser tu abuela o Charlie. Puede ser Ian, si quieres. Básicamente, puede ser cualquier persona con la que te sientas cómoda y en la que confíes. Alguien que te entienda. Para mí no es tan importante a quién escribas como el tema de la carta. ¿De acuerdo? El tema sobre el que quiero que escribas es el problema al que te estás enfrentando, en concreto el problema que te ha hecho pensar que necesitabas mi ayuda. Les cuentas lo que ha estado pasando, ¿vale? Esta carta no se entregará nunca, a no ser que tú quieras. Nadie la verá aparte de mí, así que puedes ser todo lo sincera que te permitas ser.

   —Esto parece mucho más duro que lo de la última vez.

   —Es un poco más duro, pero no mucho más.

   Cierro los ojos y pienso. Mamá. Papá. Julia. Sara. ¿Ian? No. Alguien que me entienda, ha dicho.

   Acerco el cuaderno y me inclino sobre él.

   Querida Jo:

   Bueno, tú sabrás si no quieres unirte a Facebook. Literalmente, no tengo ni idea de lo que has estado haciendo en los últimos cuatro años. Cuatro años. Esa es la última vez que hablamos.

   Aquello me dolió de verdad. Te llamé para decirte que estaba embarazada. Quería que vinieras a verme. Quería dejarlo todo atrás y que volviéramos a ser amigas.

   Y me colgaste.

   Sé lo que piensas de Ian, y «las cosas horribles» que piensas que hizo. Él cuenta otra historia, pero, francamente, ya no me importa. El pasado, pasado está. Tendrías que haber venido por mí. Yo lo habría hecho por ti. Lo habría hecho. Porque tú eres la mejor amiga que he tenido nunca y sé que nunca volveré a tener otra amiga como tú.

   Y eso me lleva a la razón por la que te escribo, a la persona que me entiende de verdad. Vale. Mis problemas comenzaron después de mi accidente. Me caí. Sé que eso no te sorprenderá, porque tengo una larga historia de caerme encima de ti, je, je. Esta vez me caí y me golpeé la cabeza cuando Ian y yo estábamos de acampada en Colorado. Iba caminando al baño y no me llevé la linterna, y no veía por dónde pisaba. Había estado bebiendo, como ya habrás imaginado. A partir de este punto, todo es un poco confuso. Ian me ha ayudado a recomponer lo sucedido.

   Cuando volví a la tienda, estaba cubierta de sangre. Ian sacó el botiquín de primeros auxilios y empezó a curarme. Iba a ponerme unas tiritas, pero entonces vio la brecha y comprendió que la cosa era más seria. Tengo suerte de no haber perdido el ojo. Ian decidió que él solo no podía curarme y que iba a tener que llamar a una ambulancia.

   No te aburriré con todos los detalles del resto de la noche, pero Ian no pudo acompañarme porque Charlie dormía en la tienda y no queríamos que me viera la cara y se asustara. Había un montón de enfermeras y un médico que me suturó la herida. Me dijo que necesitaría cirugía estética en cuanto volviera a casa. También me dijo que había dos policías que querían hablar conmigo.

   La policía quería información sobre los antecedentes de Ian en el ejército y en el sector de la seguridad privada. Querían saber si discutíamos. ¿Bebe? ¿Mucho? Me dijeron que mi herida no podía deberse a una caída y que alguien me había dado un porrazo con una roca o una rama. Les dije que se equivocaban. Al final me preguntaron si «esa era mi versión y si la confirmaba», y les dije que sí.

   Dije que no a la tomografía computarizada en aquel momento porque nuestro seguro es muy malo y sabía que, probablemente, íbamos a deber miles de dólares. Me recetaron un antibiótico e hidrocodona. Luego me llamaron un taxi. Me hice una foto de mí misma con el teléfono mientras volvía a casa en coche. Me sorprendió que me dejaran salir por mi propio pie de la sala de urgencias rural a las tres de la mañana, con la mitad de la cara desfigurada e hinchada, y con veintitrés puntos desde la frente hasta la mejilla pasando por el párpado. Me sorprendió que nadie dijera una palabra cuando el chico del mostrador me envió de vuelta a un camping en tierra de nadie, en un taxi de mierda sin licencia y con un taxista furioso.

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