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La belleza del mal(11)
Author: Annie Ward

   Desde aquella noche, he sufrido ataques de pánico y vivo con un nivel de ansiedad prácticamente insoportable. No puedo ver las noticias. A cada cosa horrible que pasa —y de repente es como si algo horrible pasara un día sí y otro también— siento que necesito coger a Charlie, tumbarme en la cama con él y echarme una buena siesta sin soltarle, a oscuras en la cama, con las mantas echadas, a salvo. Sé que no es normal. Sabes que yo no era así cuando estábamos juntas. Tuve una mala época antes, en Nueva York, después de que cada una siguiera su camino. Fueron unos años malos, pocos, pero nada comparable con lo de ahora. Me está costando mucho funcionar por culpa de esto. Necesito ser una buena madre. Algo se ha torcido, y mucho. Mi psicóloga está intentando ayudarme a averiguar qué está pasando. Esta carta forma parte de todo esto.

   La otra noche le dije a Charlie: «Ven a sentarte a cenar, estoy mugrienta… Quiero decir, hambrienta». Es algo que me pasa muchísimo, que escojo las palabras que no son. Algo se ha desconectado en mi cabeza. Sigo marcando cosas en el calendario los días que no toca. No es tan grave como para creer que estoy loca, pero sí que noto una nube alrededor. Y me cuesta ver a través de ella.

   Sobre nosotras. Mira, sé que no me porté bien. Sé que tu trabajo se ha vuelto escalofriante y un descontrol, y también sé que has estado enferma. Necesitabas que yo fuera una buena amiga, de fiar, ¿y qué hice yo? Me tomé las cosas a pecho y me fui.

   Jo, esto duele. Espero que no sigas pensando que lo preferí a él antes que a ti. No fue así. Juro por Dios que no fue eso lo que pasó. Fue solo un error, eso es todo. Cometí un error y lo siento. Me encantaría volver a verte.

   te echo de menos.

   maddie

   Deslizo el cuaderno hacia Camilla, que me hace una fotocopia. Mientras lee la carta en silencio, pienso en la casa de Jo en Skopie, y en las escaleras que conducían a la parte fea del sótano, que era de hormigón, producía escalofríos y estaba casi vacío; allí solo había una bicicleta elíptica destartalada, un lavavajillas minúsculo, una secadora rota y un viejo sofá de tartán. Allí es donde Jo iba cuando pensaba que se iba a poner a llorar.

   Decía que sus vecinos la odiaban. Corría el verano de 2001. Las cosas estuvieron a punto de empeorar mucho más. Cuando pienso en el 11-S, se me vienen a la mente cosas malas. Todo lo malo. Todo al mismo tiempo. En mi pecho, un puño se aferra a mi corazón palpitante como si quisiera aplastar a un polluelo. La sensación vuelve a ser casi la misma que cuando me sujetaron debajo del agua y no podía respirar.

   —Eso es asombroso, Maddie. —Camilla y yo estamos en páginas muy diferentes. La mía es negra y me está sorbiendo; la suya tiene chispas y globos. Está eufórica y radiante—. Acabas de contarme más sobre tus ataques de pánico y tu accidente que en todas nuestras conversaciones previas. Estoy muy satisfecha. Buen trabajo, pero…

   —Vale —consigo decir, y busco torpemente mi bolso.

   Camilla se inclina hacia mí. La inquietud le provoca una arruga mínima en su frente lisa, inyectada de Botox.

   —Esta parte sobre tu accidente… me inquieta. ¿Dos policías pensaron que te habían atacado?

   —Sí —respondo sin aliento, y miro el reloj.

   Nuestra sesión solo dura media hora, pero siento la súbita necesidad de marcharme. Tengo que recoger a Charlie. Tengo que recoger a Charlie. La semana pasada, en Gardner, un niño pequeño salió corriendo de su guardería a la calle y un anciano que iba en un camión lo atropelló y lo mató. El anciano ni siquiera lo vio. Tengo que recoger a Charlie. Un chico de diez años bajaba por un enorme tobogán de agua junto al aeropuerto y algo salió mal y perdió la cabeza. Me refiero a que perdió literalmente la cabeza, eso dicen: terminó decapitado; las dos mujeres que se tiraban con él eran extranjeras y acabaron cubiertas de sangre, y su familia (su madre y su padre y su hermano) estaba al pie del tobogán esperando a que bajara después de su divertimento, y nada volverá a ser lo mismo para ellos nunca jamás, y si hay algo que sé es que la vida puede cambiar en un instante, y no quiero estar aquí, quiero estar con Charlie. Tengo que ir a recoger a Charlie.

   Me levanto y digo:

   —Tengo que ir a recoger a Charlie.

   Y, de repente, me pregunto cuántas veces lo habré dicho en voz alta, porque Camilla está haciendo un gesto raro con las manos, para tranquilizarme, y su boca se mueve despacio diciendo:

   —Está bien, está bien.

   Pero no está bien. Yo no estoy bien. Quiero estar en casa con Charlie a mi lado, con las cortinas echadas y con Skopie y Sophie royendo a mis pies huesos de plástico con sabor a beicon, viendo algo en la tele con Charlie, algo como la serie musical Jack’s Big Music Show. Lo que de verdad quiero es estar viendo Jack’s Big Music Show o Yo Gabba Gabba y oír la risa de Charlie. La alfombra multicolor del despacho de Camilla empieza a ondularse como las algas marinas.

   —¿Maddie? —Su voz me habla, pero estoy mirando la alfombra—. Voy a llevarte a urgencias, ¿de acuerdo, cielo? ¿Maddie?

   Levanto la vista y digo:

   —Ya me encuentro bien.

   —Has tenido una pequeña crisis, cariño. Voy a llevarte a urgencias.

   —No, no —digo—. A urgencias no. Estoy bien.

   —Lo siento, pero tenemos que ir, Maddie. Cojo mi bolso y listo. —Me da la espalda para acercarse a su mesa de escritorio.

   Me voy.

   Me caigo.

   Me levanto.

   Arranco el coche. Doy marcha atrás y le doy al contenedor de reciclaje. Camilla está bajando los escalones del porche. Bajo la ventanilla y grito:

   —Estoy bien. De verdad. ¡Pero es que llego tarde!

   No llego tarde y ella lo sabe.

   Camilla tiene las mejillas sonrojadas; el cabello, ondulado; las túnicas que lleva superpuestas están hechas un desastre. Su rostro liso está concentrado de furia mientras se precipita hacia mí. Es veloz para su edad.

   —Maddie, te lo ruego, no conduzcas cuando…

   Piso el acelerador. Meto el culo en la carretera y casi salgo en dirección contraria. ¡Joder!

   Mis ojos miran desorbitados en derredor, adelante y atrás, adelante y atrás. Voy a estrellarme. Si eso pasa, dejarán a Charlie con Ian. Me hago a un lado de la carretera y me obligó a respirar. El corazón me va a mil por hora. Apoyo la cabeza en el volante y le pregunto a Dios si puede ayudarme. Enciendo la radio y coreo una canción de Rihanna que habla de encontrar el amor en un lugar sin esperanza. Al cabo de unos momentos, me siento mejor. Respiro. Normal. Charlie no me espera hasta dentro de una hora. Bien.

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