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Furyborn 2. El laberinto del fuego eterno(7)
Author: Claire Legrand

   Le había preocupado que, debido al reciente cotilleo, en esta prueba la recibieran de forma distinta.

   Pero, al contrario, parecía que ahora la gente de Âme de la Terre la adoraba incluso más.

   Se arrodilló en dirección a la Casa de la Noche para dirigirle una rápida plegaria a santa Tameryn. No pudo ocultar una sonrisa.

   Ludivine se había superado con el traje. El ceñido corpiño, hecho de terciopelo negro, tenía la espalda descubierta y un escote escandaloso en la parte delantera. Este se le hundía entre los pechos y casi le llegaba al ombligo. Una fina red de encaje de un ébano turbulento, tan sutil que, incluso si la mirabas de cerca, parecía más un velo de sombras que una tela, le brillaba sobre la piel expuesta y mantenía el vestido en su lugar. Cuando Rielle se movía, le flotaba alrededor de las piernas una magnífica falda de innumerables capas negras, plateadas y de un azul de medianoche. Seda, gasa y encaje astavariano. Ludivine le había dibujado estrellitas plateadas en las mejillas y en la frente y le había delineado los ojos con lápiz negro.

   Era la noche en persona que había renacido en la Tierra. Era una reina envuelta en sombras.

   Y la mejor parte aún estaba por llegar.

   Como si fueran uno, los lanzasombras alzaron las manos enguantadas hacia el cielo, sujetando sus forjaduras.

   Rielle estaba de pie con la cabeza inclinada y los brazos levantados hacia atrás como si fueran alas rígidas. La sangre le corría de forma salvaje.

   «Estoy hecha para esto.» El pensamiento surgió con tanta naturalidad como el respirar. Flexionó los dedos y sintió cómo el poder caliente se le acumulaba en la palma de las manos. No, no era caliente..., era vital. Su poder no era algo intangible, un truco mental. Era el poder del mundo en sí mismo... y de todo lo que en él vivía.

   «Y solo yo —pensó— puede decirle qué hacer.»

   Sintió un movimiento en el fondo de su mente, un movimiento familiar y agradable.

   Se puso rígida. «¿Corien?»

   El cuerno resonó por tercera y última vez.

   Los lanzasombras empezaron.

   Unas espirales de oscuridad salieron silbando de sus forjaduras como si fueran serpientes y, a continuación, se dispersaron por el cielo y formaron una cúpula de sombras. La oscuridad cayó sobre la hierba. Solo unos pocos agujeros esparcidos por la cúpula permitían el paso de algunas columnas de luz solar que iluminaban los Llanos para que la multitud pudiera ver lo que ocurría.

   Sus gritos de júbilo se convirtieron en abucheos.

   Rielle sintió que el coraje se le elevaba en el pecho de forma rápida e indomable. En ese lugar, ella era su propia heroína, y los lanzasombras, sus enemigos.

   Una vez que habían colocado la cúpula, los lanzasombras procedieron con su plan. Bajaron las forjaduras para apuntar directamente a Rielle... y soltaron a los monstruos.

   El coraje de la joven se desvaneció tan deprisa como había llegado.

   La magia que residía en las venas de los lanzasombras les daba el poder de conferir un carácter físico a la oscuridad. La convertían en algo de peso, en algo con una voluntad astuta y voraz. Las sombras que ahora corrían hacia Rielle a través de la llanura abrían caminos en el suelo. Las sombras adquirieron la forma de leopardos negros con cuernos, lobos alados, osos con pinchos y grandes halcones que escupían fuego negro. A cada paso que daban, absorbían el aire de los Llanos, por lo que Rielle, tambaleando y jadeando, se vio obligada a ponerse de rodillas.

   Un halcón la alcanzó y bajó en picado hasta su cabeza. El frío le erizó las puntas del cabello y le heló el cráneo. Ella no paraba de dar ávidas bocanadas de aire, pero este se estaba volviendo cada vez más escaso y frágil. El ave se le agarró al cuello y, con sus plumas duras y delgadas, presionó y le hizo cortes en la piel. El oso con pinchos en la espalda derrapó hasta detenerse. Una enorme pata escamosa la golpeó en la cara y la arrojó al suelo.

   Ella no hizo nada.

   Con la cabeza dándole vueltas, dejó que se le acercaran.

   «Dios santo —pensó frenéticamente—, espero que funcione.»

   El lobo alado se le abalanzó, aullando, sobre el pecho. Al tocarla, el animal se transformó en un velo informe que le envolvió la cabeza y la boca hasta que ella tuvo que arañarse el rostro para poder respirar. Las uñas le perforaron la piel, y la sangre empezó a brotar. Cuando tocó las sombras, estas se deshicieron en jirones deformes y susurrantes, cayeron al suelo y se reconvirtieron en una bandada de flechas que zumbaban. Un miedo frío le golpeó el pecho. «La prueba del metal.» Supuso que se trataba de una broma de algún lanzasombras.

   La lluvia de flechas se le clavó, de pies a cabeza, como agujas. Se elevaron, vibrando con furiosa intención, y volvieron a caer. Una y otra vez.

   Ella cerró los ojos con fuerza, goteando sudor y ríos de sangre, y dejó que las bestias sombrías se arremolinaran sobre ella, la pincharan, la agarraran y la ahogaran. Una rata negra se le metió, chillando, en la boca. Rielle tuvo arcadas al notar cómo esta se revolvía y luchó contra las ganas de vomitar cuando el animal se disolvió y se le extendió a través de la sangre en una oleada de frío.

   Las lágrimas le caían de los ojos. El cuerpo le vibraba por la necesidad de luchar.

   Pero siguió tumbada en el suelo, inerte e indefensa. A lo lejos, oía que la multitud chillaba por ella, con gritos cada vez más aterrorizados e histéricos.

   «Tienes algo planeado —remarcó Corien curioso—. ¿Me lo cuentas?»

   «¿No puedes descubrirlo por ti mismo?», consiguió contestar ella, aunque incluso sus pensamientos se habían vuelto cansados y jadeantes.

   «Podría hacerlo, sí. Pero me apetece que me sorprendas.»

   «Pronto lo verás.»

   Él le sonrió. Tras los ojos cerrados, Rielle vio el parpadeo de un rostro hermoso y pálido.

   «Te alegras de verme.»

   Ella soltó una risita llorosa. «Creía que me habías dejado para siempre.»

   «Jamás, Rielle. —Unos suaves labios le acariciaron la frente, y una mano le sujetó la cara y la guio hacia arriba—. Jamás.»

   Ella, a salvo en el refugio de sus pensamientos, se dio la vuelta para mirarlo. Las sombras desgarradoras, los gritos de la multitud, el plan que había ideado..., todo desapareció. Solo estaban Corien, su propio cuerpo y el poder que se le retorcía en el interior para liberarse.

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