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Furyborn 2. El laberinto del fuego eterno(5)
Author: Claire Legrand

   »Creer.»

   No respondió. Al cabo de un momento, Navi se movió y abrió los brazos. Eliana se acercó a ella sin pensar y dejó que la abrazara. Se refugió en el pecho de la chica y cerró los ojos. Escuchó el constante latido del corazón de Navi y el aire entrar y salir de los pulmones de su amiga.

   Poco a poco, la tensión que le anudaba los músculos empezó a aflojarse.

   —Cuéntame cosas sobre tu madre —pidió Navi.

   Su madre. Eliana cerró los ojos.

   Un recuerdo afloró, rápido y doloroso: los brazos de Rozen rodeándola, Eliana acurrucada en su regazo mientras ella guiaba sus pequeños dedos por el rostro de su collar.

   —Siempre te ha encantado esta cosa vieja y fea —le había dicho Rozen—, desde el día que lo encontramos. Te gustaba tanto que al fin dejaste de llamarme y me permitiste dormir por las noches. Podías pasarte horas en tu cama, siempre y cuando lo estuvieras sujetando.

   Eliana había soltado una risita y se había sonrojado al pensarlo. Había pasado los dedos por la superficie rugosa del collar.

   —¿Qué significa?

   —Es una imagen del Alumbrador. ¿Te acuerdas de la historia?

   —Fue un gran rey —había susurrado Eliana, con los ojos bien abiertos mientras pasaba los dedos por los extensos arcos de las alas del caballo y por la figura apagada montada a su espalda—. Y esto... ¿cómo se llamaba?

   Eliana había levantado la mirada hacia su madre con la nariz arrugada.

   Rozen había reído.

   —Es un animal divino. Cuando el mundo aún era muy muy nuevo, estas criaturas deambulaban por los cielos, por las aguas y por la verdísima tierra. Este se llamaba...

   —Chavaile —había respondido Eliana radiante—. Ya me acuerdo. —Se había llevado el collar a los labios y había besado al caballo en la nariz—. Es mi favorito.

   En brazos de Navi, Eliana negó con la cabeza. El dolor le atravesaba el corazón.

   —No puedo. Ella no. Yo...

   Se acordó del grito desolado de Linnet: «¿Mamá?».

   Si hubiera sabido lo que pasaría, jamás habría salido a cazar al Lobo. Cada noche se habría metido en la cama de su madre y la habría abrazado con fuerza. Solo se habría movido para destripar a aquellos que osaran llevarse a Rozen.

   —De acuerdo. —Navi le acarició el pelo—. Entonces cuéntame cosas sobre Harkan.

   —Bueno. No era mi único amante, pero era el mejor. Excepto por Alys, una mujer que trabajaba en las habitaciones rojas de Aguaviva. ¡Dios! Hizo que me desmayara un par de veces...

   —No, Eliana —la reprendió Navi con suavidad—. Cuéntame algo real.

   Durante mucho rato, Eliana no dijo nada. Dejó que el ritmo de los dedos de Navi acariciándole el cuero cabelludo la hiciera respirar lenta y silenciosamente.

   —¿Por qué me ayudas? —le preguntó Eliana al fin.

   —Porque yo también tengo pesadillas —contestó Navi—. Y me alegro de tener compañía.

   Eliana dudó, entonces encontró la mano de Navi y se agarró con fuerza a ella.

   —Algo real —dijo—. Harkan soñaba con que algún día huiríamos a Astavar. Iba a enseñarme a cultivar tomates y hacerme llevar un sombrero de paja.

   La risa de Navi sorprendió a Eliana y la hizo sonreír. Le apretó los dedos a su amiga, cerró los ojos y habló de Harkan hasta que el sueño la reclamó.

 

   * * *

 

   La mañana llegó. Durante la noche se habían trasladado a la cama de Navi. Al principio, Eliana había yacido en el suave enredo de las extremidades dormidas de la chica y había sentido una alegría rara y absoluta, pero eso no había durado demasiado.

   Enseguida lo había recordado todo: «Aún estamos en guerra. Tal vez Astavar caiga. Mi madre aún está desaparecida. Y yo...».

   Se deslizó fuera de la cama, miró una vez más la figura quieta de Navi y la habitación.

   «Yo todavía soy... lo que quiera que sea. ¿Ángel? ¿Humana? ¿Marcada?

   »¿Un monstruo?»

   En su interior se abrió un bolsillo oscuro, lleno de dudas y de maldad, que poco a poco fue expulsando la tranquila paz que le había traído la noche. Se dirigió a la cocina. Decidió que lo que haría sería comer, estirar el cuerpo y, a continuación, buscar a Simon para exigirle que pasaran la mañana peleando.

   Mientras recorría con furia el pasillo débilmente iluminado, sonrió al imaginar sus puños estrellándose contra el pecho de Simon. Él le daría un buen golpe o dos, pero ella se los devolvería. Él esquivaría sus dagas; ella lo agarraría del brazo, haría que la insultara...

   Eliana dobló una esquina y chocó con Camille.

   Como saludo, la mujer frunció el ceño.

   —Terror.

   Eliana se apresuró a pasar por su lado.

   —Camille. Solo estaba...

   Pero esta la detuvo cogiéndole la muñeca con la mano.

   Eliana volvió la cabeza de golpe y la fulminó con la mirada.

   —Suéltame inmediatamente.

   —¿O qué? —Camille la miró de arriba abajo con desdén—. ¿Me matarás como a tantos otros?

   Eliana buscó cómo responderle de forma cortante, pero no se le ocurrió nada. Un súbito agotamiento se le extendió desde los hombros hasta los dedos de los pies. La paz de la noche anterior se diluyó con su respiración.

   —No deseo matarte —dijo al fin apagada.

   Camille la miró con los ojos entornados.

   —¿Dónde está tu hermano?

   —Durmiendo.

   —¿Por qué tú no?

   Eliana se encogió de hombros.

   —Pesadillas.

   Al cabo de mucho rato, Camille la soltó.

   —Creía que me pegarías por tocarte.

   —Prefiero pegar a otra gente.

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