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Furyborn 2. El laberinto del fuego eterno(2)
Author: Claire Legrand

   —¿Por qué haces esto? —Rielle, a través de una cortina de lágrimas, miró cómo sus pies descendían por las escaleras—. Deberías odiarme.

   Ludivine resopló con impaciencia.

   —Rielle, mírame. —La detuvo en un rellano tranquilo, donde la escalera giraba de forma pronunciada a la derecha, y le cogió las manos—. Mírame.

   Cuando esta se encontró con la mirada serena de su amiga, un terrible dolor en el pecho la dejó sin respiración.

   —Lo siento —susurró—. Perdóname, por favor.

   —Contéstame una cosa: ¿crees que quiero a Audric?

   Rielle parpadeó. La había cogido desprevenida.

   —¿Qué? Pues...

   —Claro que lo quiero. Somos primos, es un buen amigo y lo conozco desde siempre. Forma parte de mi familia. Pero ¿lo quiero como tú? Por supuesto que no.

   Rielle se quedó boquiabierta.

   —Pero... Lu, ¿de qué estás hablando?

   —Sé que Audric siente lo mismo que yo. ¿Habría preferido que hubieseis acudido a mí para poder hablar sobre todo esto como gente civilizada en lugar de que os revolcarais medio desnudos por los jardines a ojos de todo el mundo? Sí, me habría encantado.

   Rielle estaba a punto de morirse ahí mismo, en las escaleras.

   —Lu, lo siento muchísimo, de verdad. No sé qué mosca nos picó.

   —Claro que lo sabes. Estás enamorada de él, y él, de ti. Llevabais años desesperados por besaros. Era solo cuestión de tiempo. ¿Sabes lo agotador que ha sido ver cómo os rondabais?

   —Él no... —¿Acaso las sorpresas no acabarían nunca?—. No estamos...

   —¡Ay, por favor! De hecho, es tan obvio como si os hubierais revolcado por los jardines medio desnudos. ¡Uy, un momento!

   —¡Por el amor de todos los santos, Lu! —Rielle se frotó la frente con la mano—. ¿Por qué no nos dijiste nada? No creía que... Bueno, sí que lo deseaba, pero...

   Ludivine sonrió con picardía.

   —Veros resultaba agotador, pero también entretenido. No pude resistirme. En la corte me aburro como una ostra.

   Rielle levantó las manos en el aire.

   —¿Y a qué esperabas? ¿Ibas a contarnos la verdad el día de vuestra boda?

   —¡Ay, lo habría hecho mucho antes! —Ludivine volvió a cruzar el brazo de Rielle con el suyo y siguió bajando las escaleras—. Pero no quería quedarme sin esa distracción aún. Aunque confieso —y aquí la voz de Ludivine se volvió más grave— que lamento no haber decidido decíroslo antes. Podría haberos ahorrado muchos problemas. Y ahora...

   —¿Qué pasará ahora que tu padre lo ha visto? —le preguntó Rielle mientras pasaban por otra calle residencial.

   —Hablará con el rey, por supuesto —dijo Ludivine—, y se asegurará de que el acuerdo de compromiso siga intacto.

   A Rielle se le cerró dolorosamente la garganta.

   —Claro.

   —Dudo que te haga la vida agradable. Ni él ni mi tía, la reina.

   —Pues como siempre han hecho.

   —Tienes razón. —Ludivine miró la calle que se oscurecía y paseó la vista arriba y abajo de las hileras de altas casas de piedra—. Pero, en serio, Rielle..., en estos momentos no provoques a nadie, por favor. Ahora hay demasiada tensión y todo es demasiado frágil. Espera a que mi padre se calme antes de ponerte desafiante.

   Rielle, ahora aún más nerviosa, miró de soslayo a Ludivine. Era imposible que esta supiera que estaba ideando un plan para la prueba de las sombras, ¿verdad?

   —¿A qué te refieres?

   —Sabes exactamente a qué me refiero. Tienes que ser una candidata correcta y obedecer al arconte.

   —Y mantenerme alejada de Audric, ¿no?

   Ludivine se dio la vuelta con el rostro muy apenado.

   —Ni siquiera quiero pedirte que hagas eso.

   —Pero debo hacerlo —susurró Rielle. La tristeza la ahogaba tanto que apenas tenía voz para hablar—. Lo he echado todo a perder, ¿verdad?

   —Según tengo entendido —contestó Ludivine con ironía—, en un beso participan dos. No deberías cargar con la culpa sola.

   Rielle siguió a Ludivine a través del estrecho camino de un jardín. Un arco de piedra cubierto de enredaderas en flor indicaba la entrada a un patio cuadrado y ordenado. Al otro lado había una puerta ancha y negra con un picaporte de latón. Una placa de plata deslustrada clavada en la zona superior mostraba unos grabados sin pulir en los que se veía un mortero y un manojo de hojas atadas. Ludivine se detuvo bajo el arco.

   —Cielo —murmuró, mirando a Rielle a la cara con ternura—, no dejes que tu corazón se aflija, por favor. ¿Que si me sacas de quicio? Sí, cada día. Pero te quiero como siempre, y encontraremos la manera de solucionar esto. No pienso ser yo la causa de que vivas con el corazón roto.

   Rielle tiró de ella y la abrazó con tanta fuerza que a las dos se les cayeron las capuchas.

   —¿Puede ser —masculló— que me hayas traído a esta casa extraña y oscura en medio de la ciudad para matarme?

   Ludivine rio.

   —Con todas las cosas bonitas que te acabo de decir, has arruinado el momento.

   —Quizá hayas dicho todas esas cosas bonitas para que bajara la guardia.

   —Sería un buen plan, pero, por desgracia, me temo que esto es mucho menos emocionante. Te he traído a ver al sanador de Audric. —Ludivine pasó por debajo del arco y cruzó el patio—. Lo prefiere a él antes que a los sanadores de su padre en Baingarde. Es un buen hombre, discreto y sensato. Por el bien de todos, me gustaría saber que tu cuerpo estará protegido de ahora en adelante. Solo por si acaso.

   Rielle se detuvo en seco.

   —Me has traído hasta aquí para que pueda comprar un tónico anticonceptivo.

   —¿Acaso habías pensado en comprar uno tú misma?

   —Yo... —Rielle volvió a sonrojarse—. No. Debía de estar bastante absorta en todos los... —Gesticuló con impotencia.

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