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Furyborn 2. El laberinto del fuego eterno(10)
Author: Claire Legrand

   Eliana se llevó la bebida a los labios mientras caminaba. Al dar el primer trago, arrugó la boca con asco. El camarero no había mentido: sabía a meados.

   Se sentó a una mesa estrecha de madera pegada a una pared, alrededor de la cual había bancos con respaldos altos y privados.

   Ya había pasado una hora desde que había salido de la vivienda de Camille, y a pesar de lo que la mujer le había expresado su temor de que Fidelia se estuviera desenfrenando en Rinthos, Eliana no había visto nada notable. La mesa sombría era tan buen lugar para sentarse y observar sin que nadie se percatara de su presencia que, al igual que los muebles viejos y mugrientos, acabó formando parte de la decoración.

   «A veces —pensó—, el cazador no debe merodear, sino más bien esperar. Y observar.»

   Se dejó caer contra el respaldo del asiento y puso los pies sobre la mesa. Era agradable volver a trabajar, instalarse y contemplar cómo los sucios engranajes de Santuario giraban a su alrededor. Desde el ataque con las granadas, se había sentido distinta, desequilibrada, sin nada a lo que agarrarse. Pero esto... esto le resultaba familiar.

   Estaba en un buen sitio: aún veía el bar, la zona de lucha y, al menos, una de las entradas a Santuario, aunque no aquella por la que habían accedido hacía dos días. Se imaginó que debía de haber toda clase de agujeros de ratas para entrar y salir de aquel nido tan vil. A unos seis metros, una chica de piel marrón tenía los brazos alrededor de una jarra. Dos mesas a la izquierda, un grupo de hombres y una mujer pálida con la cabeza llena de trenzas negras y salvajes aullaban de risa.

   A la derecha de Eliana, había un hombre de piel de color del ébano y una mujer pecosa terminándose unos cuencos de estofado. Una de las peleas había tocado a su fin. Un grupo de personas empezaron a cantar, levantaron al ganador macilento sobre los hombros e iniciaron un desfile improvisado.

   Eliana tomó otro sorbo de bebida mientras, por encima del borde de la jarra, recorría con los ojos la sala oscura y abarrotada... Entonces se quedó de piedra.

   Parpadeó unas cuantas veces, como si quisiera apartarse una mota de los ojos. Una presión fuerte y repentina la pegó al banco e hizo que la cabeza le empezara a dar vueltas. Sintió que la maldad llenaba el aire con un olor leve y amargo, como si alguien con oscuras intenciones hubiera chascado un látigo.

   Fuertes escalofríos le recorrieron el cuerpo.

   Se acordó de esa sensación, de ese olor. Los había percibido en Orline la noche en la que había intentado salvar a la niña secuestrada y en la que su madre había desaparecido. Ahora, era más violenta. Más cercana. Más urgente. Se agarró al borde de la mesa y luchó contra el deseo de reposar la cabeza en ella. El mundo se tambaleaba y se torcía.

   Bajo la mesa, Eliana encontró a Arabeth y se sintió un poco mejor cuando sus dedos rodearon la empuñadura de la daga.

   El escalofrío que le recorría los hombros se convirtió en un dolor agudo de alerta.

   Se obligó a levantar la mirada.

   La mujer que antes estaba sentada sola, con el ceño fruncido sobre la bebida, había desaparecido. Su cerveza se había derramado sobre la mesa y caía goteando al suelo. La jarra rodó hasta detenerse bajo la silla en la que había estado sentada.

   Quizá solo se hubiera ido.

   Eliana, con la boca seca y el corazón desbocado, repasó rápidamente el camino de gente que había estado observando hacía tan solo unos segundos, antes de que el mundo cambiara.

   La mujer de trenzas negras había desaparecido. El hombre que había estado sentado con ella palmeó la silla vacía y se secó las lágrimas de los ojos mientras uno de los bebedores vomitaba.

   Y la pareja que se estaba terminando el estofado... Ahora el hombre se encontraba solo. Con la cabeza metida en el cuenco, sorbía las últimas gotas de su comida. El plato de la mujer chocó contra el suelo y se hizo añicos. El hombre levantó la mirada y, desconcertado, frunció el ceño y estiró el cuello para buscar entre la multitud.

   Tres mujeres, todas desaparecidas en cuestión de segundos.

   Tres mujeres desaparecidas como su madre.

   Eliana se pasó la lengua por los labios. La sangre le ardía y le vibraba. Desenvainó a Arabeth y se puso en pie.

   Estaban ahí. Fidelia.

   «Vienen por la noche. Cada siete días.»

   Eliana se levantó, se deslizó entre la multitud lo más rápido que pudo sin llamar la atención y examinó la estancia. Desenfocó los ojos.

   «Ahí.»

   A su derecha, una figura negra y encapuchada se movía. A Eliana le pareció ver a otra a su lado. ¿Era la mujer que bebía sola? Pero justo cuando intentó fijarse en esa forma en concreto, la visión se le nubló.

   Se apoyó con fuerza en una columna —pegajosa y cubierta de porquería— mientras las náuseas se apoderaban de ella. Apretó los dientes e intentó recomponerse. Había visto que la figura se dirigía a la pared este. Si no se movía deprisa, le perdería la pista.

   Una mano la cogió por la muñeca.

   —¿Vas a algún lado?

   Eliana se volvió y fulminó a Simon con la mirada.

   —Suéltame, o los perderé.

   —¿A quién? —Detrás de Simon, Navi los observaba desde debajo de una capucha—. ¿Qué está pasando?

   —Hace un momento esas mujeres estaban justo delante de mis narices, y de repente... —El malestar invadió de nuevo a Eliana, que se tambaleó hacia Simon. Este la sujetó por la cintura y evitó que cayera—. ¡Dios, qué fastidio! —soltó ella. Los ojos le picaban por culpa de las lágrimas—. No puedo pensar ni dos segundos sin encontrarme mal. ¿Qué me hace esa gente?

   Simon la miró de cerca a la cara.

   —¿Quién? ¿Quién te ataca?

   —Fidelia. —Se apoyó en su sólido torso y enseguida se alegró de que él estuviera ahí. Si Simon no hubiera ido a buscarla, ahora ella sería un bulto en el suelo—. Camille dice que se llevan a mujeres y niñas, al igual que en Orline. Al menos creo que son los mismos. Adoradores de ángeles, dice. Cada siete días. Iba a ayudarla a encontrar a una chica que trabajaba para ella. Entonces... han llegado ellos. Están aquí. Han cogido a tres mujeres en cuestión de segundos. No lo entiendo.

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