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Furyborn 2. El laberinto del fuego eterno(12)
Author: Claire Legrand

   —Lady Rielle —empezó a decir el rey con voz tensa, de pie tras la enorme mesa en la que se encontraban sus asesores—, no sé por dónde empezar.

   —Bueno —dijo lord Dervin, escupiendo las palabras con voz cortante—, quizá podríamos empezar hablando del deliberado abuso de poder de lady Rielle durante su última prueba. O, si no, de su flagrante desconsideración hacia el compromiso sagrado de nuestros hijos...

   —Lord Dervin —espetó el rey—, cuando quiera que habléis, os lo pediré.

   El hombre asintió bruscamente con la cabeza y se quedó en silencio.

   El rey Bastien clavó los ojos en la mesa durante mucho rato y después le dirigió una mirada furiosa a Rielle.

   «Es el rey Bastien, nada más.» Ella se obligó a mirarlo a los ojos y pensó una y otra vez que ese hombre no solo era el rey. También era el padre de Audric. Ella había crecido corriendo por los pasillos de su casa, había compartido cama con su hijo y su sobrina cuando los tres eran demasiado jóvenes como para pensar mal sobre ello.

   —¿En qué —empezó a decir Bastien con suavidad— estabais pensando?

   Ella dudó y se acordó de mantener la voz clara y tranquila.

   —¿Queréis la verdad, mi rey?

   —Sí, lady Rielle. Por favor, contadme la verdad, por el amor de Dios.

   —Le quería enseñar a la gente lo que soy capaz de hacer. Ya habíamos hablado de la importancia que tenía eso, ¿verdad? Lo crucial que es que piensen bien de mí, que vean mi poder y que no hay nada que temer.

   El semblante del rey permanecía implacable.

   —Proseguid.

   —Me pareció que la mejor manera de demostrarle a todo el mundo que no solo triunfo en las pruebas, sino que también me estoy fortaleciendo gracias a ellas, era mostrando mi habilidad para manipular dos elementos a la vez.

   Decidió no mirar ni a Sloane, que estaba sentada rígida y pálida en la mesa del consejo, ni a Tal, cuya mirada urgente la arrastraba silenciosamente hacia el pánico.

   —Lo que estáis diciendo, lady Rielle —dijo la reina Genoveve, con una expresión que reflejaba diversión y algo más oscuro—, es que queríais alardear.

   «Vaya, te han calado, ¿no?»

   La suave risa de Corien hizo que a Rielle se le pusiera la piel de gallina.

   —Y demostrar que mi poder es lo suficientemente extraordinario para hacer que una amenaza mortal se cierna a escasos centímetros de alguien y, aun así, asegurar que a esa persona no le ocurra nada malo —contestó Rielle, ojeando al arconte.

   La reina enarcó las cejas.

   —¿Extraordinario?

   —Creo que mi poder se merece que usemos esa palabra, ¿vos no?

   Reinó un tenso silencio. Rielle miró a Tal, y él asintió con la mirada y le dedicó una pequeña sonrisa.

   Su corazón era un tambor, rítmico y triunfante.

   —En relación con lo de alardear... Creo que cualquier ser humano que todavía pueda hacer magia en este mundo entiende la urgencia de aceptar este regalo y de dejarlo brillar para que todo el mundo lo vea.

   —Yo no entiendo esa urgencia. —Rafiel Duval, gran maestre del Firmamento, de piel morena y trenzas negras, estaba sentado en una implacable postura al lado de Tal. Llevaba la toga de los silbavientos, de color azul celeste y gris tormenta—. El poder no existe para presumir, sino para saber controlarlo.

   —No estamos de acuerdo, maestre Duval. Ahora que soy libre de usar mi poder como creo conveniente, siento que se ha vuelto más fuerte y sano que nunca.

   —Querréis decir ahora que usáis vuestro poder como el rey cree conveniente. —Ludivine le dirigió una mirada suplicante a Rielle—. ¿Verdad, Rielle?

   Esta se sonrojó al darse cuenta de su error.

   «No ha sido un error —dijo Corien rápidamente—. Has dicho lo que piensas, querida.»

   —Perdonadme, mi reina, mi rey. —Rielle inclinó la cabeza—. Lady Ludivine tiene razón. Es evidente que me he expresado mal.

   El rey se sentó pesadamente en su silla.

   —Y la criatura que habéis creado, el dragón, ¿qué me decís de eso?

   —Creo que todos estamos de acuerdo —empezó a decir Audric— en que lady Rielle ha demostrado tener un control increíble...

   —Muérdete la lengua, Audric —lo reprendió el rey—. Lady Rielle puede defenderse sola.

   —¿Acaso se te ha olvidado, mi amor? —La fría mirada de la reina Genoveve no iba acorde con su dulce voz—. A nuestro hijo le cuesta controlar la lengua cuando lady Rielle está cerca.

   Un rubor ardiente trepó por el cuerpo de Rielle. El arconte tosió delicadamente en su manga.

   Audric fue el primero en hablar con voz grave y furiosa.

   —Madre, ¿realmente queréis que tengamos esta conversación ahora?

   —Bueno, yo no, desde luego —contestó el rey, mirando a su esposa con intensidad. Luego dirigió la vista tras ella—. Mis disculpas, Ludivine.

   Su sobrina le sonrió con calidez.

   —No es nada, tío. En tiempos difíciles se cometen errores. —Entonces se aproximó a Rielle y le cogió una mano con suavidad. Después se volvió hacia la mesa del consejo—. No le guardo rencor a lady Rielle. —Le tendió la otra mano a Audric, que se le acercó después de dudar un momento—. Tampoco a mi primo, el príncipe.

   Lord Dervin torció la boca al verlos a los tres unidos, de pie frente al rey.

   —¿Ibais a matarme?

   Rielle se sobresaltó al oír la suave voz del arconte.

   —Os... os ruego que me disculpéis, Su Santidad.

   La sonrisa que él le dirigió sin pestañear se arrastró por su interior como una pesadilla.

   —Podía sentirlo, ¿sabéis? Podía sentir que el empirio se movía dentro de aquel dragón mientras me lamía la cara. Estaba enfadado conmigo. —Ladeó la cabeza y la observó—. Vos estabais enfadada conmigo. Debido a aquellos niños, lo sé.

   ¿La estaba desafiando? A Rielle se le erizaron los pelos de la nuca.

   —Sí, estaba enfadada. Quería asustaros.

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