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Furyborn 2. El laberinto del fuego eterno(11)
Author: Claire Legrand

   Simon la miraba absorto con ojos azules y penetrantes.

   —Has dicho que te estaban haciendo algo. Explícamelo.

   Ella forcejeó débilmente para liberarse de él.

   —Hay demasiado que explicar. Tengo que encontrarlos.

   —Error. Vamos a volver a casa de Camille y, después de que la descuartice por haberte mandado aquí, te encerraré en la habitación más segura que encuentre, a poder ser para siempre.

   —Si la tocas —masculló ella—, yo te descuartizaré a ti. —Cada vez empezaba a resultarle más difícil organizar sus pensamientos—. Por cierto, ¿qué estáis haciendo aquí?

   Con la mirada clavada en el suelo, dio un paso inestable tras otro.

   —Navi y yo nos hemos encontrado en la puerta de tu habitación —dijo Simon—. Hemos descubierto que te habías ido, y ella ha insistido en acompañarme a buscarte.

   —¿Por qué ambos estabais en mi cuarto? —Eliana se llevó una mano a la sien, donde sentía pinchazos—. Es bastante raro, ¿no?

   —Bueno, yo quería pasar a asegurarme de que habías conseguido dormir —dijo Navi con voz tenue—. ¿Simon? —Ella lo miró con ingenuidad—. ¿Tú por qué estabas en la puerta de Eliana en plena noche?

   Simon apretó los labios.

   —Este no es momento para...

   —Ni en todo el Abismo existe la posibilidad de que me vaya de aquí sin encontrar a Fidelia —murmuró Eliana— y sin rajarles la garganta uno a uno hasta que me digan dónde está mi madre.

   —Qué imagen tan bonita. Ahora, camina.

   Eliana cavó en su interior y encontró la fuerza necesaria para liberarse de Simon de un tirón. Sin ese apoyo, el mundo se puso patas arriba. Se desplomó al instante, pero él la cogió antes de que tocara el suelo.

   —¿Qué le ocurre? —dijo Navi con voz preocupada.

   —¿Eliana? —Simon le acarició la mejilla—. ¿Cómo te sientes, qué te pasa? Si no me lo cuentas, no puedo ayudarte.

   Ella hizo tres inspiraciones largas y superficiales para reprimir las náuseas que le subían por la garganta y, con ojos acuosos, fulminó a Simon con la mirada.

   —Esta es la primera pista real que he descubierto desde que me fui de Orline —dijo con los dientes apretados—. No pienso rendirme. No me obligues a hacerte daño, Simon, porque no me apetece demasiado.

   Él arqueó una ceja.

   —Ah, ¿no?

   —Dios, ¿no te callas nunca?

   Ella intentó esquivarlo, pero esta vez fue Navi quien la detuvo.

   —Eliana, para —dijo con suavidad—. Volvamos. Aquí no estamos a salvo.

   —Pero puedo encontrar a mi madre —insistió la chica— y a todas a las que han secuestrado. —Miró a Simon—. Incluso a la gente de la Corona Roja.

   —Eso no tiene importancia —dijo él—. Nuestra prioridad es llevar a Navi a Astavar. Una vez que lo hayamos hecho, te ayudaré a encontrar a tu madre, tal como acordamos.

   —O podríamos ir a buscarla ahora mismo. Para cuando lleguemos a Astavar, tal vez sea demasiado tarde.

   —Es un riesgo que ya conocías cuando aceptaste mi oferta.

   —De todos modos, ¿por qué te importa tanto que me quede contigo? Si lo que quieres es un luchador, Camille tiene docenas de mercenarios entre los que escoger.

   Al decir esas palabras, la mente de Eliana empezó a despejarse y a abrirse camino a través de sus sentidos embotados. «Exacto, ¿por qué le importa?» Cuando miró a Simon de nuevo, vio la verdad en su rostro cuidadosamente implacable: había dado en el clavo.

   —¿Por qué quieres tenerme cerca a toda costa? —dijo en voz baja, acercándose a él paso a paso.

   Navi paseaba la mirada del uno a la otra con curiosidad. Simon abrió la boca, dudó.

   Entonces, una voz provino de las sombras que había bajo una escalera cercana.

   —Porque eres especial, Eliana Ferracora, y te quiere para él. Igual que yo.

   Al oír esa voz, a Eliana se le secó la boca. La conocía, aunque ahora tenía un tono más áspero y no tan susurrante.

   Una figura delgada emergió a la luz. Llevaba un uniforme negro hecho jirones y una capa de color carmesí deshilachada que resultaba casi irreconocible debido al barro que la cubría y a las manchas de sangre que arruinaban aquella tela que había sido de gran calidad.

   —Rahzavel —susurró Eliana horrorizada. Incluso Simon parecía estar sobrecogido—. ¡Estás vivo!

   El asesino sonrió. Su pálido rostro estaba marcado por una cicatriz larga y protuberante que le partía de la sien, le bisecaba la cara y le desaparecía bajo el cuello de la ropa. El pelo blanco le colgaba en mechones apelmazados.

   —Vivo —confirmó— y con muchas ganas de matarte.

   Entonces se arrancó la espada de la vaina que llevaba en la cintura, la levantó emitiendo un grito horrible y ansioso y la blandió impetuosamente contra el cuello de Eliana.

 

 

5

Rielle

 

 

«Esperaba que las noticias no te llegasen hasta dentro de unos días. Sin embargo, lo del príncipe Audric y la chica de Dardenne es cierto. Siento no haber podido contártelo en persona. Quédate en Belbrion, protege el norte. Ten paciencia, hijo mío. Todo acontecerá como es debido y sin demora.»

   Carta de lord Dervin Sauvillier a su hijo, Merovec,

30 de mayo, año 998 de la Segunda Edad

   Las puertas de la sala del consejo del rey Bastien se abrieron de golpe.

   Rielle se puso en pie de un salto. Había estado esperando en tensión en una silla dura e incómoda durante una hora entera bajo los ojos igualmente tensos de su guardia. A lo largo de aquel tiempo, había rezado para que el rey llegara enseguida y pudieran acabar con la inevitable explosión de una vez por todas.

   Ahora, sin embargo, cuando el monarca se dirigió enfurecido a su asiento —acompañado por el arconte, la reina, su padre, todos los miembros del Consejo Magistral y lord Dervin Sauvillier—, Rielle deseaba ardientemente volver a su solitaria silla y quedarse ahí sentada, sin que la molestaran, durante lo que quedaba de día.

   Al menos Audric y Ludivine también estaban ahí, colocados en extremos opuestos de la mesa.

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