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Furyborn . El origen de las dos reinas(3)
Author: Claire Legrand

   —¿Corien?

   Rielle se ayudó de la pared para levantarse. El rostro, cambiante, se le contrajo de dolor.

   —No puedo permitir que te encuentre. Garver te ocultó bien, pero si él se entera de lo que eres y de que ahora estás aquí...

   Simon se tocó instintivamente la espalda, como si así pudiera esconder las marcas.

   —¿Sabéis... lo que somos?

   Algo brilló en el rostro de Rielle, algo que Simon no pudo leer.

   —Me lo contó alguien muy cercano. Solo en caso de que... Bueno, en caso de que yo necesitara saberlo.

   —No entiendo por qué...

   —No tengo tiempo para explicártelo. Escóndete con ella, quédate aquí fuera. Yo lo distraeré.

   Después de decir eso, Rielle dejó a su hija en los brazos de Simon y volvió a entrar apresuradamente a sus aposentos.

   Simon miró fijamente al bebé. Los ojos serios y oscuros de la niña se le clavaron en la cara como si fuera la cosa más interesante del mundo. Él, a pesar de que le dolía la cabeza y de que sentía un vacío horrible y doloroso en el vientre, le dedicó una pequeña sonrisa.

   —Hola —dijo, y le tocó la mejilla—. Me llamo Simon.

   —Toma, coge esto. —Rielle reapareció con un collar en la mano. Se trataba de un colgante de oro liso que tenía un caballo alado tallado en su superficie. Sobre su lomo había una mujer sentada. Esta tenía el pelo oscuro y ondeante y levantaba una espada en actitud victoriosa. Unos rayos de sol se dispersaban detrás de ella.

   Era una imagen que había rodado por toda Celdaria durante los últimos dos años, desde que la Iglesia había declarado que Rielle era la tan anunciada Reina Solar.

   ¡Cuánto la habían querido todos!

   Simon observó en silencio cómo la reina metía el collar en la manta del bebé.

   —¿Os arrepentís de lo que hicisteis?

   —¿Te sentirías mejor si así fuera?

   Simon no sabía qué responder.

   La reina besó a su hija en la frente.

   —No te atrapará —susurró—. A ti no, mi amor.

   Entonces se volvió hacia Simon y, antes de que él pudiera protestar, le apartó el pelo rubio ceniza y le plantó un beso en la frente. A él le escoció el trozo de piel que tocaron sus labios, y los ojos se le llenaron de lágrimas. Sintió que se encontraba al borde de un precipicio que se tambaleaba. Sintió que algo terrible estaba a punto de ocurrir y que él no podía hacer nada para evitarlo.

   —Ve a Borsvall —le dijo Rielle—. Encuentra al rey Ilmaire y a la comandante Ingrid. Muéstrales este collar. Ellos os esconderán.

   La puerta de las dependencias más alejadas de Rielle se abrió de golpe.

   —¿Rielle? —rugió Corien.

   La reina tomó las mejillas de Simon entre sus manos y le buscó los ojos.

   —Pase lo que pase, que no os vea.

   Cuando se dio la vuelta para irse, Simon le agarró la mano. Sin ella, se quedaría solo con la niña y, de repente, lo único que deseaba era hundir la cara en los brazos de Rielle. Quizá fuese un monstruo, pero ahora también era una madre, y eso era lo que él anhelaba más que nada en el mundo.

   —No os vayáis, por favor —susurró.

   Ella le dedicó una tensa sonrisa.

   —Eres fuerte, Simon. Sé que puedes hacerlo.

   Entonces se apresuró a volver dentro y se encontró con Corien en el centro de la estancia.

   —¿Dónde está esa cosa? —oyó decir a Corien con voz grave y amenazante.

   Simon se desplazó ligeramente hacia un lado y echó un vistazo entre las cortinas de la terraza. Estaba muy asustado, y el corazón le dio un vuelco al ver al líder de los ángeles: era un hombre hermoso, pálido, de cuerpo esculpido, con el pelo negro y reluciente y los labios carnosos y crueles.

   —La niña —lo corrigió Rielle—. Tengo una hija.

   La mirada de Corien era terriblemente tranquila.

   —¿Y dónde está la niña?

   —La he mandado lejos, con alguien tan poderoso que jamás la encontrarás.

   A Simon le dio un brinco el corazón. ¿Iría alguien en su ayuda?

   Corien rio con crueldad.

   —¿De veras? ¿Y de quién se trata?

   —Puedes intentar descubrir la verdad —dijo Rielle—, pero pronto verás que ya no eres bienvenido en mi interior.

   Corien gruñó y la golpeó con fuerza en la boca. Ella trastabilló, con el labio ensangrentado. La mirada de Simon se encontró con la suya. Los ojos llameantes y dorados de Rielle eran fuertes, triunfales. Su rostro reflejaba una fuerza que él jamás había visto.

   «La he mandado lejos, con alguien tan poderoso que jamás la encontrarás.»

   «Eres fuerte, Simon. Puedes hacerlo.»

   De repente, el niño lo entendió todo: nadie acudiría en su ayuda.

   Él era ese alguien poderoso.

   Salvar a la princesa dependía de él.

   Tendría que usar su magia —su magia de mestizo, de marcado, la magia viajera que había condenado a casi todos los de su raza— para enviarla a cientos de kilómetros de distancia: a la seguridad de Borsvall.

   Rielle se volvió de nuevo hacia Corien.

   —No deberías enfadarte tanto —le aconsejó—. Cuando te enfadas, cometes errores. Si esto no te hubiera cegado, te habrías quedado a mi lado, la habrías agarrado justo después de que naciera y le habrías rajado el cuello aquí mismo, en el acto.

   Corien le sonrió con frialdad.

   —Si lo hubiera hecho, me habrías matado.

   La reina se encogió de hombros.

   —Puede que te mate de todos modos.

   Simon se dio la vuelta. El miedo le comprimía el pecho. ¿Cómo iba a hacerlo? Solo tenía ocho años. Claro que había leído y releído sus libros acerca de viajar, pero aún no entendía del todo bien lo que en ellos se decía. Además, por lo que su padre le había contado sobre el pasado, antes de que los marcados fueran perseguidos tanto por los humanos como por los ángeles, muchos de los de su raza no intentaban viajar hasta que no habían alcanzado la edad adulta.

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