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El castigo de los reyes (Furyborn, #3, Empirium, #2.1)(8)
Author: Claire Legrand

   —Sí. Ha estado ausente desde entonces.

   Esa era la verdad; una verdad que hacía que el pecho de Rielle fuera un embrollo de emociones contradictorias imposible de desenredar.

   —El hecho de que haya decidido hablarte hoy a través de aquel hombre es un aviso. —Ludivine le tocó la mano a su amiga—. Está anunciando su regreso. Puede que no sea inmediato, pero sí inminente. Así que no, no me arrepiento de haber huido. Poner distancia entre Corien y tú es una de las cosas más importantes que puedo hacer para protegerte, a ti y a todos.

   —¿Incluso si eso puede haberle dado la impresión de que tengo miedo de que regrese? —señaló Rielle—. ¿De que soy vulnerable y de que puede influir fácilmente en mí?

   «¿Acaso no es verdad?», le dijo Ludivine con suavidad.

   Rielle se alejó antes de que la ira creciente que sentía tras los ojos se manifestara de un modo que pudiera llegar a lamentar.

   Puso la mano sobre el tronco de un roble de hojas temblorosas y dirigió la vista hacia los ríos que había más allá. Eran unas tierras vacías y verdísimas, salvo por las partes oscuras de los bosques, un camino solitario y un pueblecito en el horizonte, acurrucado en la orilla de un ancho meandro. A lo lejos, se veían las montañas Varisianas, en cuyo extremo más sureño se encontraba la capital, Âme de la Terre, donde el cielo de la tarde llegaba con solemnidad.

   Durante mucho rato, nadie dijo nada.

   Entonces, Audric se aclaró la garganta.

   —Aunque no apruebe tus acciones, Lu, puede que esto juegue a nuestro favor. Antes me preguntaba cómo podríamos escabullirnos sin montar una escena terrible. —A continuación, añadió con ironía—: Y sin que Lu tuviera que interferir.

   Por encima del hombro, Rielle miró a Audric y vio que este se sacaba del bolsillo un trozo de papel y lo desdoblaba.

   —¿Qué es eso? —preguntó. Entonces, se acordó—. Tu paje ha venido esta mañana a darte un mensaje. Dijo que era del norte.

   A unos pocos pasos, Ludivine se puso rígida. Su mirada se volvió borrosa y, a continuación, se aclaró de nuevo. La dirigió con brusquedad hacia Audric.

   —Sí, del norte —dijo él antes de que Ludivine pudiera hablar—. Es un mensaje del príncipe Ilmaire de Borsvall. Nos hemos escrito en secreto desde la muerte de la princesa Runa. De hecho, hablamos sobre su fallecimiento, entre otras cosas.

   Ludivine lo observó con atención:

   —¿Crees que es sensato?

   —Me sorprende que no lo supieras ya —dijo Audric con un deje de rencor en la voz.

   Ludivine se puso firme.

   —Os dije que no hurgaría en vuestra mente a no ser que fuera absolutamente necesario, y lo mantengo.

   «Lo siento, de verdad. —La voz avergonzada y apagada de Ludivine llegó a Rielle—. Alejaros de Carduel ha sido una metedura de pata. Me he asustado al ver a Corien en el rostro de aquel hombre. Perdóname.»

   Pero Rielle no tenía paciencia para mimarla.

   —¿Por qué te escribe el príncipe Ilmaire sobre su hermana muerta? —le preguntó a Audric.

   —Lo que está atacando nuestros puestos de avanzada fronterizos también está asolando Borsvall —contestó Audric—. Al igual que yo, Ilmaire quiere acabar con este derramamiento de sangre y determinar cuál es su causa. Aunque nuestros países ya no sean los aliados de antaño, ambos queremos que vuelvan a serlo. Por eso, él creyó que era sensato empezar a escribirnos para allanar el camino que nos llevará a nuestra futura amistad.

   Miró primero a Rielle y luego a Ludivine. Pareció armarse de valor.

   —Hay algo más. Hace semanas que unas tempestades violentas arrasan la costa oeste de Borsvall, cada vez con más intensidad. Sus ciudades y puertos están en ruinas. En la capital dan refugio a todos los ciudadanos que pueden, pero incluso sus reservas de comida se están agotando, ya que la mayoría de sus barcos comerciales han sufrido daños y los mercaderes evitan las aguas borsvalinas a cualquier precio.

   Audric se detuvo. Miró a Rielle.

   —En su última carta, nos pide auxilio. Solicita que tú los ayudes.

   Ludivine emitió un ruidito de incredulidad, pero Rielle no le hizo caso.

   —¿Podemos confiar en ellos? —preguntó.

   —Creo que sí. Todo lo que he oído sobre su carácter lo han confirmado el contenido de sus cartas, su manera de escribir y las ideas que comunica. Sus deseos de paz.

   Ludivine negó con la cabeza.

   —Una cosa es creerlo, Audric. Sin embargo, teniendo en cuenta la historia de nuestras dos naciones, algunos podrían considerar que estás cometiendo una traición.

   —Y yo considero que se trata de diplomacia —dijo él con aspereza—. Por no mencionar que lo correcto es ayudar a un país lleno de gente inocente, sin importar si estamos en buenos términos o no con sus líderes.

   Rielle le sonrió, negando ligeramente con la cabeza, y atrajo el rostro de Audric hacia el suyo. Pegada a su boca, le murmuró:

   —Cuando dices ese tipo de cosas, pones una expresión tan seria y grave que me veo incapaz de resistirme a besarte.

   Él le cogió las muñecas y se las rozó con los labios, justo donde se le notaba el pulso.

   —Agradezco esta distracción.

   —Audric —dijo Ludivine lentamente—, entiendo por qué quieres hacer esto, pero creo que es una imprudencia. Puede que Ilmaire sea tu amigo, pero no podemos garantizar que la gente que lo rodea tenga buenas intenciones. Su padre, sus consejeros. Su hermana, que está al mando del ejército real.

   De repente, Rielle no pudo soportar oír una palabra más de Ludivine con esa voz tan cautelosa. Parecía que fueran niños pequeños a los que ella intentara aplacar con facilidad.

   —Iremos ahora mismo —le dijo a Audric—. Los ayudaremos y, si eso se considera traición, me enfrentaré orgullosa a tu madre y al consejo para recibir mi castigo.

   La expresión solemne de Audric se fundió en una de tal adoración que Rielle se sonrojó.

   —Entonces, amenazarás a cualquiera que se atreva a llevar a cabo ese castigo, ¿verdad?

   Ella le cogió la mano con un gesto un poco triste.

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