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El castigo de los reyes (Furyborn, #3, Empirium, #2.1)(2)
Author: Claire Legrand

   Ludivine se quedó callada y, a continuación, dijo con suavidad: «Esta es nuestra última parada. Pronto estaremos en casa».

   «Ya lo sé. —Rielle suspiró—. Gracias.»

   Le tocó la mejilla a Audric:

   —Deberías afeitarte.

   Él sonrió:

   —Creía que te gustaba así. ¿Cómo lo llamaste?

   —Un poco desaliñado. Me gusta, sí. Me encanta cómo te queda y adoro notarlo en los muslos cuando me...

   Audric la cortó con un gruñido y un beso:

   —Creía que ahora debíamos ser responsables y salir a dar la bienvenida a las masas.

   —De acuerdo, de acuerdo... Eso haremos.

   Rielle se separó poco a poco de sus brazos y dejó que la ayudara a salir de la cama. Cuando se volvió para mirarlo y lo vio tan guapo y sereno, con los labios hinchados por los besos y los rizos bañados por la luz dorada del sol que entraba por la ventana, se le cortó la respiración.

   Las palabras que Ludivine le había dicho hacía unas semanas regresaron a ella, afiladas y punzantes: «Y tú le has mentido a Audric acerca de la muerte de su padre. Estamos hechas la una para la otra».

   El pecho le contrajo el corazón. De repente, anhelaba más que nada en el mundo abrazar a Audric y no dejar que se fuera de su lado nunca más. En cambio, soltó:

   —Te quiero.

   Él le tomó el rostro entre las manos como si pretendiera grabar esa imagen para siempre en su memoria.

   —Te quiero —contestó con ternura, y se inclinó para besarla una vez más. Entonces, le murmuró en la boca—: Mi luz y mi vida. —Y se fue.

   Antes de que se cerrara la puerta, mientras Evyline volvía a entrar en la habitación acompañada de las dos doncellas de Rielle, un paje llegó al rellano, jadeando después de haber subido por las escaleras.

   —Mi señor príncipe —le dijo a Audric—, traigo un mensaje para vos, es del norte...

   Pero la puerta se cerró en ese momento, y la respuesta de Audric se perdió.

   —¿Qué vestido os pondréis hoy, mi lady? —preguntó una de las doncellas de Rielle. Se trataba de Sylvie, la más joven de las dos, que iba ataviada con el traje blanco y dorado que llevaban todas las ayudantes nuevas de la recién nombrada Reina Solar.

   En ausencia de Audric, el dolor abdominal regresó. Se agarró la parte inferior de la barriga con una mano y, con la otra, se metió el pastel en la boca.

   —Algo cómodo —declaró— y rojo.

 

 

   Hacía un mes que viajaban por el corazón de Celdaria para presentar a Rielle como la recién nombrada Reina Solar. La recepción en cada una de las trece ciudades y pueblos visitados hasta el momento había sido, tal como decía Ludivine con ironía, «apasionada».

   La ciudad de Carduel no fue una excepción.

   Cuando Rielle salió del Château Grozant y se dirigió al camino empedrado que llevaba a la Casa de la Luz, estuvo a punto de caerse de espaldas ante el muro de sonido que la recibió.

   Carduel tenía poco menos de mil habitantes, y todos sin excepción habían acudido a la presentación de Rielle. Estaban alineados a lo largo del camino y llevaban sus atuendos más elegantes: abrigos bordados con los extremos del color del oro y con un corte que había pasado de moda hacía algunas temporadas; vestidos brocados que ya estaban tiesos por la falta de uso y descoloridos por el paso del tiempo, y diademas enjoyadas que atrapaban la luz de la mañana y la proyectaban en estallidos titilantes sobre el pavimento. Los niños, sentados sobre los hombros de sus padres, lanzaban pétalos blancos y agitaban medallones dorados en forma de sol. Había acólitos de la Casa de la Luz de Carduel cada pocos metros. Estos estaban de pie y sujetaban sus forjaduras, que brillaban con suavidad.

   Audric abría la procesión. Ludivine iba de su brazo con un vestido de verano de color lavanda y perlado. Los guardias los rodeaban formando un amplio círculo.

   Rielle los observaba con un ligero malestar en el esternón. Aunque no se hubiera anunciado de forma oficial, la verdad resultaba obvia. Si se prestaba un mínimo de atención, era imposible no darse cuenta de que la Reina Solar y el príncipe heredero se veían a hurtadillas, noche tras noche, en sus respectivas habitaciones, así que la noticia había viajado con rapidez por todo el país.

   Algún día no muy lejano tendrían que dar un paso adelante, apaciguar la Casa Sauvillier, hacer público que el compromiso se había roto e introducir la idea de que Rielle era la amante de Audric.

   Pero aún no había llegado ese día.

   Un chillido agudo llegó desde arriba y convirtió su sonrisita en una sonrisa radiante.

   Cuando Atheria descendió, los ciudadanos más cercanos a Rielle gritaron y se apresuraron a alejarse para dejarle espacio. El gigantesco animal divino aterrizó junto a ella sin apenas hacer ruido y recogió cuidadosamente las alas.

   —Por fin has llegado —la arrulló Rielle, y se puso de puntillas para plantarle un beso en el hocico aterciopelado—. ¿Has estado cazando?

   La chavaile respondió con un chirrido y miró a su alrededor con curiosidad y los ojos brillantes.

   La joven rio mientras empezaba a ascender hacia la humilde Casa de la Luz de Carduel con Atheria a su lado. Notaba los ojos de la multitud clavados en ella, así que se irguió, con las mejillas sonrojadas de satisfacción. Algunos le devolvían la mirada cuando pasaba por su lado, otros sonreían y apartaban la vista, incluso algunos se inclinaban ante ella, le besaban los dedos y, a continuación, se tocaban los párpados: el signo propio de la oración en honor a santa Katell y a la Casa de la Luz.

   Cuando Rielle llegó a la entrada del templo, tenía los brazos llenos de flores y multitud de suaves pétalos blancos esparcidos por el pelo.

   Tal, que la esperaba en la puerta con su toga magistral escarlata y dorada, le quitó un pétalo del cuello del vestido:

   —Llegas tarde.

   Rielle lo miró arrugando la nariz:

   —Las reinas solares pueden demorarse si lo desean, lord Belounnon —contestó, y a continuación le hizo una gran reverencia.

   Él le cogió las manos y la besó en la frente.

   —Última parada —le recordó en voz baja en medio del alboroto.

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