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El castigo de los reyes (Furyborn, #3, Empirium, #2.1)(6)
Author: Claire Legrand

   Pronto tendría que contarle que su madre había muerto... Tendría que confesarle una parte de la verdad, si no toda. Merecía saberlo, aunque Eliana fuera incapaz de reunir el coraje suficiente como para decirle cómo había fallecido Rozen.

   Pero aún no.

   Cerró la puerta, se calzó las botas y se puso una pesada bata de terciopelo sobre el camisón. Antes de abrir la puerta de su alcoba, se armó de valor.

   Las dos guardias que había en el pasillo, de pie contra la pared opuesta, se pusieron firmes e inclinaron la cabeza.

   Una de ellas, una mujer baja y robusta con la piel oscura y el pelo blanco y rapado, dio un paso al frente.

   ¿Cómo se llamaba? Eliana buscó la respuesta en su memoria, pero solo podía pensar en las imágenes del sueño: un grito tras una puerta cerrada. Una alfombra empapada de un rojo espumoso bajo los dedos de los pies.

   —¿Podemos ayudaros en algo, mi lady? —preguntó la guardia—. ¿Queréis que llamemos al capitán?

   Ante la mera idea de que Simon la viera en ese estado, Eliana espetó:

   —¡No, por Dios! —Entonces, se recompuso y consiguió sonreír con educación—. Simplemente quería pasear. No necesito nada, gracias.

   Sin embargo, cuando Eliana empezó a alejarse, las guardias la siguieron. Se volvió hacia ellas.

   —He dicho que no necesito nada.

   —Os rogamos que nos disculpéis, mi lady —dijo la mujer—, pero tenemos órdenes de acompañaros en caso de que tengáis que abandonar vuestros aposentos.

   Meli. Así se llamaba.

   Haciendo un gran esfuerzo, Eliana suavizó la expresión.

   —Meli, ¿verdad?

   La mujer se irguió, visiblemente complacida.

   —Así es, mi lady.

   —Pues, Meli, si bien aprecio vuestra devoción, seguro que, después de lo que he hecho por vuestro pueblo, al menos podéis concederme un poco de intimidad.

   Con amabilidad, puso la mano sobre el antebrazo de la guardia. La mujer se estremeció y observó la mano de Eliana como si fuera una estrella que hubiera caído del cielo especialmente para ella.

   —Por supuesto, mi lady —dijo Meli, e inclinó de nuevo la cabeza—. Os pido disculpas.

   —No necesito que te disculpes. Solo deambular tranquila por los pasillos durante una hora o así.

   Después de eso, Eliana dejó atrás a las guardias. Sintió sus ojos fascinados clavados en la espalda incluso mucho después de haber doblado la esquina y de haber tratado de reprimir el malestar que sentía. Si insistían en mirarla de ese modo —como si fuera una reina largamente esperada que al fin había llegado para salvarlos de los males del mundo—, que lo hicieran. Su adoración no cambiaría la verdad: el poder que había atraído aquella noche en la playa no había regresado.

   Además, ella no tenía prisa por encontrarlo.

 

 

   Después de pasar tres cuartos de hora vagando por los pasillos, todos oscuros y aterciopelados, tenuemente iluminados desde dentro por las velas y desde fuera por la noche, Eliana llegó a la galería con ventanales que conectaba el palacio en sí con la torre de Navi. El techo era muy alto y arqueado, y las antorchas en sus soportes proyectaban columnas temblorosas de luz sobre el suelo de piedra pulido.

   Eliana dudó.

   Entonces, con el rabillo del ojo, percibió un movimiento agitado. Un destello de color sobre el cristal de obsidiana.

   Cuando se volvió, un cuerpo se estrelló contra ella y la tiró al suelo. Consiguió dar la vuelta y aterrizó sobre un costado, pero entonces un puño le alcanzó la mandíbula. La cabeza golpeó contra el suelo con un ruido seco.

   Se quedó tendida y jadeando. Antes, habría sido capaz de despejar la visión con un ligero movimiento y de ponerse de pie de un salto, pero ahora permanecía inmóvil y sin poder respirar. Los ojos le hacían chiribitas. El dolor, agudo y caliente, le resonaba por todo el cráneo. Se tocó la cabeza y los dedos se le tiñeron de sangre.

   Las palabras de Remy de la semana anterior volvieron a ella: «Tu cuerpo era capaz de curarse solo, y nunca habíamos sabido por qué. Pero era porque tu poder estaba atrapado, dormido en tu interior, y no tenía nada que hacer, así que, en lugar de eso, te curaba siempre que podía».

   ¿Y ahora?

   Eliana intentó levantarse, pero la cabeza le daba vueltas con violencia. Era una sensación desconocida y aturdidora, así que se cayó de nuevo.

   Un aullido salvaje cortó el aire y, justo después, un peso volvió a golpearla y la aplastó de espaldas contra el suelo. Un cuerpo se sentó a horcajadas sobre ella, y dos manos le rodearon la garganta.

   —¿Navi? —dijo Eliana sin poder respirar.

   Esta le apretó aún más el cuello y le hundió las uñas en la piel. Gruñó unas palabras ininteligibles, y Eliana arañó los brazos de su amiga e intentó apartarla, pero el dolor de cabeza era como una niebla que se extendía y que le nublaba los sentidos. Tenía el pelo lleno de sangre y sentía que la cara le iba a estallar.

   Unos pasos se acercaron corriendo. Alguien agarró a Navi y la alejó de un tirón. Eliana tragó aire, tosiendo y atragantándose. Con ojos vidriosos, levantó la mirada y vio a Navi agachada a unos cuantos metros y enseñando los dientes en dirección a Simon. Él se movía lentamente a su alrededor, con la mano sobre la funda de pistola que le colgaba del cinturón.

   —No —dijo Eliana con voz ronca—. No le hagas daño.

   Simon le lanzó una mirada severa, y esas milésimas de segundo fueron una oportunidad para Navi. La chica dio un brinco y se le tiró encima.

   Él se estrelló contra la ventana más cercana y rompió el cristal. A continuación, se tambaleó y, con un ligero gruñido, sacudió la cabeza.

   Navi corrió hacia Eliana, pero ahora estaba preparada. Dejó que la chica la inmovilizara de nuevo contra el suelo, con los brazos pegados a los costados.

   —Navi, soy yo —dijo—. Soy Eliana.

   La mirada animal de la joven pasó por el rostro de su amiga sin reconocerlo.

   Simon se dispuso a embestir de nuevo, pero Eliana gritó:

   —¡No, espera!

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