Home > El bosque de los cuatro vientos(2)

El bosque de los cuatro vientos(2)
Author: Maria Oruna

   —Pues no duermas en la ciudad... ¿Por qué no te vas al parador de Santo Estevo? No debe de estar lejos del centro, tal vez solo a media hora en coche. Me han dicho que es un sitio increíble, y de hecho hasta lo hemos hablado Elisa y yo, que cuando vayamos a Galicia tenemos que visitar ese monasterio.

   —Si es un parador —le contradije desganado—, ya no quedará mucho del monasterio.

   —No seas aguafiestas, Jon. Anda, joder, anímate y así me cuentas.

   —No sé. Suena aburrido.

   —Que no. Además, ¿no querías un poco de tranquilidad para acabar de preparar las ponencias que tenías pendientes en tu facultad?

   Me dejé convencer. Me vendría bien un descanso después de dos interminables semanas de prensa, conferencias y reuniones con coleccionistas de arte en la zona norte, de las que no había conseguido gran cosa. Aquella misma tarde abandoné mi hotel en el centro de la ciudad de Ourense y me dirigí hacia Santo Estevo.

   Recuerdo haber llegado al monasterio a punto de anochecer, tras haber sorteado unas cuantas curvas que atravesaban bosques centenarios y pueblos con casas desparramadas sin ningún orden aparente. En el último tramo, cuando ya consideraba la posibilidad de haberme perdido, apareció ante mí, de frente y a la derecha, una estructura de piedra gigantesca que hizo que frenase suavemente el coche. Los tejados eran colosales, inmensos, y el color de arcilla nueva de sus tejas contrastaba con el gris viejo y poderoso de la piedra. ¿Qué habría llevado a unos simples monjes a construir aquel refugio descomunal en un lugar tan alejado del mundo y de sus caminos?

   Tras dejar el coche en un aparcamiento exterior, comprobé que se accedía al parador por el más grande de sus tres claustros; lo llamaban «de los Caballeros» y era enorme, se encontraba ajardinado y estaba cubierto por un mar impecable de césped. A la derecha, si buscabas el acceso a la recepción y detenías la vista solo unos metros más allá, descubrías el verdadero corazón del inmenso edificio: un claustro pequeño y antiguo, ecléctico, con varios estilos entremezclados que por entonces no supe determinar. La piedra de sus arcos había sido tallada en giros imposibles, como si la humilde mano del hombre hubiese hecho ganchillo con ella hasta encontrar la alquimia exacta de la belleza.

   A pesar de la espectacularidad de mi alojamiento, aquella noche, cansado, no investigué y me dirigí directamente a mi cuarto, en el que parecían haber encajado el siglo XXI con el Medievo de la forma más natural imaginable, como si ambos tiempos se hubiesen fundido en una sola época. Recuerdo haber dormido profundamente aquella noche, ajeno al descubrimiento que me esperaba por la mañana, y que iba a ser el misterio más extraordinario que yo hubiese investigado nunca. Y sí, fue cierto que lo encontré de camino al spa mientras paseaba por aquel recinto fortificado.

   Por la mañana, mis pasos me dirigieron inevitablemente hacia aquel claustro escondido cerca de la recepción. Me quedé absorto observándolo, y eché de menos a Pascual, porque yo apenas comprendía el valor histórico de lo que estaba viendo, y supe que él me habría encandilado durante un largo rato contándome los secretos que él, con todos sus conocimientos, vería en aquellas enigmáticas piedras.

   —Impresionante, ¿verdad?

   Me di la vuelta. Una joven rubia, delgada y de mejillas sonrosadas, vestida con la chaqueta del personal del parador, me observaba con una sonrisa.

   —Soy Rosa, la jefa de recepción; le atendí ayer noche a su llegada, señor Bécquer.

   —Por supuesto, no la había reconocido, perdone. Estaba ensimismado admirando esta maravilla.

   —Es el claustro de los Obispos, el más antiguo del monasterio —me explicó con gesto comprensivo, como si estuviese acostumbrada a que ese claustro produjera aquel impacto en quienes visitaban el lugar por primera vez—. Si quiere saber más sobre el parador, hay más de treinta carteles por todo el recinto explicando la historia de cada estancia, somos el primer parador museo de la historia —añadió sin disimular su orgullo—. Esta parte es especial porque aquí estuvieron enterrados los nueve obispos. Habrá visto usted sus mitras en el escudo del monasterio, ¿verdad? Los anillos de estos obispos atrajeron a miles de peregrinos durante siglos —concluyó haciendo ademán de marcharse y, desde luego, dando por hecho que yo sabía qué demonios era una mitra.

   —¿Sus anillos? —le pregunté, frenándola—. ¿Y qué tenían de especial?

   —Curaban a la gente, hacían milagros... Ya sabe, esa clase de cosas.

   —Ah. ¿Y dónde están ahora?

   —No lo sé... Desaparecieron. Ya sabe cómo son estas cosas, quizás se trate solo de una leyenda. Pero si está interesado en el tema, ahora los restos de los obispos están en la iglesia, al lado del altar. Aunque me temo que la iglesia abre solo los fines de semana.

   Me la quedé mirando mientras la curiosidad escalaba ya por mi cabeza. Ella me sonrió y comenzó a girar de nuevo sus zapatos hacia la recepción, en un gesto de discreta y cordial despedida.

   —¡Espere! ¿Y esa puerta que hay ahí? Sus detalles de arte sacro son espectaculares. Es románico, ¿no? El tipo del puñal y el otro, el que lee un libro... ¿Qué significan? —pregunté señalando un lateral del claustro, que tenía, además de aquellas, otras curiosas formas esculpidas en un arco de piedra que daba paso a un rellano y a unas espectaculares escaleras. La joven se acercó.

   —Ah, ese era el acceso al monasterio original y a la antigua sala capitular. Y, en efecto, se trata de románico, siglos XII y XIII, igual que la parte inferior del claustro. La parte superior —aclaró señalando con la cabeza el segundo piso— es del siglo XVI. Las figuras..., ¡le confieso que no sé bien qué significan! —reconoció riéndose y encogiéndose de hombros.

   Asentí y dejé que se marchase sin reconocer que no tenía claro qué era una sala capitular, aunque me sonaba que se trataba de un lugar de reunión para los monjes. Mis trabajos en Samotracia me habían acercado al mundo griego y también al pictórico del siglo XX, pero no al monacal. Fuera lo que fuese, aquella sala capitular se había convertido ahora en un modernísimo aseo para huéspedes y visitantes.

   Di un paseo más sereno y minucioso alrededor de todo el claustro, leyendo algunos de sus carteles informativos. Nueve obispos del Medievo que entre los siglos X y XI habían ido allí a morirse, cuando aquellas piedras cobijaban a monjes benedictinos y no a turistas de alto nivel. Cada obispo con su propio anillo episcopal y con su mitra, que resultaba ser una especie de gorro alto y apuntado que los revestía de autoridad. Comprendí entonces a qué se había referido la jefa de recepción, que era lo que yo mismo había visto tallado en piedra por todas partes: aquel extraño escudo con nueve triángulos picudos, que no eran otra cosa que las arcaicas mitras. Pero todo esto no era más que historia gastada, pisoteada por el tiempo.

Hot Books
» House of Earth and Blood (Crescent City #1)
» A Kingdom of Flesh and Fire
» From Blood and Ash (Blood And Ash #1)
» A Million Kisses in Your Lifetime
» Deviant King (Royal Elite #1)
» Den of Vipers
» House of Sky and Breath (Crescent City #2)
» The Queen of Nothing (The Folk of the Air #
» Sweet Temptation
» The Sweetest Oblivion (Made #1)
» Chasing Cassandra (The Ravenels #6)
» Wreck & Ruin
» Steel Princess (Royal Elite #2)
» Twisted Hate (Twisted #3)
» The Play (Briar U Book 3)