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Mujeres que no perdonan(8)
Author: Camilla Lackberg

Victoria les sostuvo la mirada un momento y después se volvió hacia Mi, que parecía totalmente impasible. Las mujeres se marcharon.

—¿No te importa que hablen así de ti? —le preguntó mientras se sentaba en el váter.

Mi la observó sorprendida.

—¿No?

Victoria dejó escapar un suspiro y le señaló el vientre.

—¿Estás contenta?

—Mucho. Lars también. Quiero hacerlo feliz.

—¿No odias este maldito lugar?

—¿Heby?

—Sí.

—Heby está bien.

—¿Pero no echas de menos tu tierra, a tu familia, a tus amigos?

—En mi país no tenía familia. No tenía nada. Aquí tengo todo.

Victoria suspiró y se acomodó el vestido. Mi abrió la puerta y varias miradas despectivas las siguieron mientras iban por el pasillo. En Ekaterimburgo le habría arrancado los ojos a cualquier mujer que la mirara así, pero ninguna se habría atrevido. Sobre todo desde que había conocido a Yuri.

Victoria trabajaba de dependienta en una tienda de ropa interior en un exclusivo centro comercial de la parte más céntrica de la ciudad. Una mañana, Yuri había entrado en la tienda acompañado de una mujer espectacular y dos guardaespaldas. La rubia teñida se había comportado de manera altiva y había arrugado la nariz cuando Victoria le había preguntado si necesitaba ayuda.

Mientras la mujer se probaba varios juegos de lencería carísima, Yuri le hizo un guiño a Victoria. Al cabo de unos instantes, la rubia espectacular salió del probador, arrojó la ropa interior sobre la mesa e hizo un gesto afirmativo. Yuri se levantó del sofá y le tendió a Victoria la American Express. También tenía en la mano un papel, donde había dibujado una carita sonriente al lado de un número de teléfono.

Cuando salieron, Victoria se quedó mirando el número y comprendió que le había llegado la oportunidad de su vida. Aunque se alegraba de tener trabajo, le molestaba atender a clientas millonarias a cambio de un salario que apenas le alcanzaba para comer y pagar el alquiler. En los clubes nocturnos de Ekaterimburgo había visto a hombres como Yuri gastarse en una noche más de lo que ella ganaba en un año. Las mujeres que los acompañaban apenas podían moverse bajo el peso del oro y los diamantes sobre sus cuerpos delgados. En el fondo, Victoria siempre había sabido que algún día sería una de ellas, y cuando notó que Yuri no le quitaba la vista de encima, comprendió que por fin había llegado su momento. Pero tenía que jugar bien sus cartas. Su relación con la mafia de Ekaterimburgo no debía limitarse a una breve incursión; los hombres como Yuri cambiaban de amante cada mes, pero ella pensaba actuar con inteligencia.

Transcurrieron cuatro días antes de que volviera a la tienda. Desde el primer encuentro, Victoria pasaba más tiempo que de costumbre delante del espejo cada mañana. La segunda vez, Yuri se presentó sin la rubia, acompañado únicamente de un guardaespaldas. Llevaba una bolsa. Sin dejar de mirar a Victoria, se dirigió a la caja y la colocó sobre el mostrador.

—¿Algún problema con las prendas? —preguntó Victoria con una sonrisa provocadora. Cogió un tanga y lo levantó—. No todo el mundo puede llevar bien algo así. Lamentablemente, no aceptamos devoluciones de ropa interior. Tendrá que decirle a su esposa que preste más atención cuando se pruebe una prenda.

—No has llamado —dijo Yuri.

—¿No he llamado? —replicó ella con expresión de sorpresa—. ¿A quién tenía que llamar?

Yuri la miró con una sonrisa socarrona.

—Ven a cenar conmigo.

—Con o sin cena, no aceptamos devoluciones de ropa interior. Lo siento. Es nuestra política.

—Olvídate de las putas bragas. Quiero que nos veamos fuera de aquí.

—Estoy trabajando, como puede ver.

Victoria sintió que se le aceleraba el corazón. ¿Estaría apostando demasiado fuerte? Cuando estaba a punto de aceptar la invitación, Yuri sacó el móvil.

—Dime el número de tu jefe.

Victoria se lo dijo. Lo oyó presentarse con su nombre y apellido, y distinguió la voz asombrada de su jefe, antes de que Yuri se volviera y se alejara unos pasos con el teléfono apoyado en el oído. Al cabo de unos minutos, regresó a la caja. Todavía estaba hablando por teléfono.

—Entonces quedamos así. Le pediré a mi abogado que le envíe el contrato. Adiós.

Yuri puso fin a la llamada y se guardó el móvil.

—Acabo de comprar la tienda. El horario de apertura ha cambiado y tu jornada laboral acaba dentro de cinco minutos.

 

 

Victoria salió bruscamente de su ensoñación porque Malte le había dado un codazo.

—Ya no aceptan pedidos de las mesas. ¡Ve a la barra y pide dos cervezas más! —le ordenó su marido.

 

 

Ingrid

Tommy no había acudido a la reunión con la maestra, a pesar de haberlo prometido. Ingrid se sentó encorvada delante del pequeño pupitre mientras Birgitta ocupaba su lugar frente a ella.

Le costaba pensar con claridad después de la conversación con Tommy. ¿Cómo era posible que tuviera tan poca empatía? Hacía muchos años que los dos reporteros en cuestión tenían aterrorizadas a las mujeres del periódico y nadie hacía nada al respecto. Pero eso no le impedía a Tommy ir a las tertulias matinales de la televisión para hablar de paridad y presumir de haber hecho entrar a una mujer en el consejo de redacción. Era un hipócrita. Y más hipócrita todavía era Ingrid, por no ponerlo en evidencia.

—¿Esperamos al famoso periodista? —preguntó Birgitta echando una mirada a la puerta.

—No, lo siento. Tiene trabajo en el periódico —respondió Ingrid de manera mecánica.

¿Cuántas veces había repetido la misma frase en los últimos años? ¿Por qué seguía protegiendo a ese cerdo traidor?

—¡Qué pena! —replicó Birgitta—. Pero lo entiendo. Hace un trabajo muy importante, con tantas cosas horribles que están pasando en el mundo.

Ingrid no respondió, pero la maestra no había terminado aún de alabar a Tommy:

—Leí su columna el domingo. Con qué pasión defiende sus ideas. Eres muy afortunada de estar a su lado. Debes de estar muy orgullosa.

Ingrid tuvo que esforzarse para reprimir una mueca de disgusto. Cambió de posición en el asiento y las patas de la silla arañaron el suelo.

—¿Empezamos?

—Sí, desde luego —respondió Birgitta, uniendo las manos, mientras daba un vistazo rápido a los papeles que tenía delante—. La pequeña Lovisa es tan guapa como su madre y tan lista como su padre. Destaca en todas las asignaturas y...

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