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Furyborn . El origen de las dos reinas(11)
Author: Claire Legrand

   Salió volando en dirección a la asaltante y le clavó su pequeña espada en la espalda. Después de eso se quedó de pie, con los ojos clavados en la persona que agonizaba en un charco de sangre.

   Rozen la cogió de la mano y se la llevó enseguida. Ya en la cocina de su casa, su hermano Remy —que entonces solo tenía cinco años— había observado con los ojos bien abiertos cómo la conmoción inicial daba paso al pánico. Y, con las manos rojas de sangre, había llorado roncamente en brazos de su madre.

   Por suerte, ahora le resultaba mucho más sencillo matar.

   De entre las sombras salieron disparadas dos figuras enmascaradas. Cargaban dos bultos pequeños. ¿Eran más chicas? Lanzaron los fardos al último compañero que quedaba en la barca y se dieron la vuelta para enfrentarse a ella. Eliana esquivó un golpe, luego otro, y a continuación recibió un puñetazo en el estómago y un gancho en la mandíbula.

   Osciló y se los quitó de encima. El dolor se desvaneció tan rápido como había venido. Se dio la vuelta y apuñaló a uno de aquellos brutos, que cayó al agua sucia.

   Entonces una oleada de náuseas la golpeó como si le patearan la barriga con una bota. Cayó de rodillas, respirando con dificultad. Sobre los hombros sintió un peso, que le nubló la visión y la empujó con fuerza contra el muelle bañado por el río.

   Cinco segundos. Diez. La presión cesó. El aire que había a su alrededor se había alineado de nuevo y ya no se le erizaba la piel. Levantó la cabeza y se obligó a abrir los ojos. La barca se alejaba deslizándose por el agua.

   Eliana, con una ira salvaje y con la cabeza aún dándole vueltas, se puso en pie, tambaleándose. Justo cuando estaba a punto de zambullirse en el agua, un brazo fuerte la agarró por la cintura y la arrastró hacia atrás.

   —Suéltame —dijo con firmeza—, o te las verás conmigo.

   Le dio un codazo a Harkan en las costillas.

   Él la maldijo, pero no la soltó.

   —El, ¿has perdido la cabeza? Este no es nuestro trabajo.

   —Se la han llevado.

   Le pisoteó el empeine, se zafó de él y corrió hacia el borde del muelle.

   Harkan la siguió, la cogió del brazo y la hizo volverse para que lo mirara a la cara.

   —No importa. No es nuestro trabajo.

   Eliana dibujó una sonrisa dura como el cristal.

   —¿Cuándo te ha salido a cuenta refrenarme? Ah, espera. —Se le acercó un poco más y suavizó la sonrisa—. Recuerdo un momento o dos...

   —Para, El. ¿Qué es lo que me has dicho siempre? —Sus oscuros ojos buscaron los de ella, que estaban fijos en un punto concreto—. Si no es nuestro trabajo, no es nuestro problema.

   La sonrisa de Eliana se desvaneció. Hizo un movimiento brusco con el brazo y se liberó.

   —Siguen secuestrándonos. ¿Por qué? ¿Quiénes son? ¿Por qué solo a las chicas? ¿Y qué era esa... sensación? Jamás había sentido algo así.

   Harkan la miró indeciso.

   —Quizá necesites dormir.

   Eliana dudó, y la desesperación se apoderó lentamente de ella.

   —¿No has notado absolutamente nada?

   —No, lo siento.

   Lo fulminó con la mirada, haciendo caso omiso de la inquietud que notaba en las entrañas.

   —Bueno, aun así, esa niña no era una rebelde. Era pequeña. ¿Por qué se molestarían en llevársela?

   —Sea cual sea la razón, no es problema nuestro —repitió Harkan. Inspiró larga y lentamente, quizá para convencerse a sí mismo—. Esta noche tenemos trabajo.

   Eliana miró fijamente al río durante mucho tiempo. Se imaginó que tallaba un rostro en un bloque inmaculado de piedra: sin sudor y sin cicatrices. Ese rostro sonreía con dureza solo en determinados momentos, y sus ojos eran como cuchillos en la noche. Cuando terminó, su ira se había disipado, y aquella faz impasible se había convertido en la suya.

   Se volvió hacia Harkan y puso la sonrisita insolente que él detestaba.

   —Bueno, ¿nos vamos? Esos cabrones me han abierto el apetito.

 

   * * *

 

   El contrabandista conocido como Quill, rebelde de la Corona Roja, sacaba a escondidas de Orline tanto a gente como información. Además, se le daba bien...; era uno de los mejores. Les había costado semanas seguirle la pista.

   Ahora estaban agachados en un tejado que daba a un pequeño patio del Casco Antiguo, donde se suponía que Quill se reuniría con un grupo de simpatizantes de los rebeldes que intentaban huir de la ciudad. Las rosas que cubrían las paredes del patio emanaban un olor dulce.

   Harkan se removió junto a Eliana y puso todos los sentidos en alerta.

   Ella vio que unas siluetas oscuras entraban en el patio y se agrupaban en una esquina, bajo un rosal trepador. Esperaban a alguien.

   Poco después, por la esquina opuesta entró una figura encapuchada y se les acercó. Eliana cerró los dedos sobre la daga; la sangre le corría rápidamente por las venas.

   Las nubes se desplazaron y la luz de la luna limpió el patio.

   Su corazón se estremeció.

   Quill. Tenía que ser él. En sus andares se percibía una leve cojera, causada por una herida que había sufrido durante la invasión.

   Y ahí, esperándolo, una mujer con tres niños pequeños.

   Harkan maldijo en voz baja. Hizo señas con las manos hacia los niños: «No. Abortamos misión».

   Habían creado un código hacía años, cuando ella había empezado a cazar sin compañía después de que Rozen se lesionara. Le había insistido en que no fuera sola, así que él también había aprendido a cazar, rastrear, matar y darle la espalda a su gente para servir al Imperio. Todo por ella.

   Ella sabía a qué se refería. Los niños no formaban parte del trabajo. Quill era una cosa, pero la idea de entregarle unos críos inocentes al Señor de Orline... Eso no le sentaría bien a Harkan.

   Para ser sinceros, a ella tampoco.

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