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Se lo que quieres(6)
Author: Samantha M. Bailey

   —Te duele mucho, Nic. ¿Estás segura de que puedes hacerlo? No hay por qué avergonzarse si cambias de opinión y quieres la epidural.

   Nicole se volvió hacia él e hizo una mueca.

   —Se supone que debe doler.

   Ella quería que doliese. Quería sentir hasta el último instante del parto.

   Esta era su familia. Greg y Tessa estaban ahí con ella, apoyándola. Podía hacerlo.

   Al golpearle otro espasmo, aspiró y espiró cinco veces, como siempre le decía Tessa, concentrándose en la agónica oleada de dolor hasta que desapareció.

   —Gracias. No sé qué haría sin vosotros —dijo en cuanto la tortura remitió un poco.

   Tessa cogió su mano y se la apretó.

   —¡No me rompas los huesos! —bromeó.

   —Aquí tienes. —Greg metió sus dedos entre los de Nicole—. Aprieta todo lo que quieras.

   El momento de calma se vio interrumpido por un pitido alto y frenético. Un equipo de enfermeras entró a toda prisa, empezaron a tocar el monitor fetal que había encima de la cama y apartaron a Greg y a Tessa.

   —¿Qué pasa? ¿Qué le pasa a mi hija? —Nicole tragó aire angustiada. Tenía los pulmones comprimidos.

   —Está cayendo el ritmo cardiaco del bebé. Todo irá bien, pero vas a necesitar una cesárea urgente.

   No lograba comprender.

   —¿Qué está pasando? ¿Va a estar bien mi mujer? —Greg sonaba acongojado, no era su tono afable de costumbre.

   Eso asustó aún más a Nicole. Ella era quien se angustiaba, no su marido. Greg era el tranquilo. Era su roca.

   —Estará bien, pero tenemos que llevarla a quirófano. Por favor, hay que hacerlo ahora mismo.

   Tessa volvió con paso resuelto al lado de Nicole.

   —Ella no quiere una cesárea. ¡No es el plan!

   —Tessa, por favor, escúchalos —dijo Greg. —No pasa nada.

   Nicole miró a su marido y lo que vio le robó el poco oxígeno que le quedaba en los pulmones. Estaba… esperanzado. Como si tal vez prefiriera no convertirse en padre hoy. Ni hoy ni nunca. No, era imposible. Absurdo. Le dolía mucho, tanto que estaba viendo cosas que no eran. Tenía que ser cosa de su imaginación, porque, un instante después, notó a Greg a su vera, besándole la frente con dulzura.

   —Te quiero, Nic. Todo va a ir bien. No me voy a apartar de tu lado.

   Era incapaz de hacer ni decir nada porque tenía una mascarilla en la cara. Quedó inconsciente antes de poder preguntar si su hija sobreviviría.

   Un punzante olor a antiséptico le inundó las fosas nasales. Trató de incorporarse. No sentía nada del pecho para abajo, y tampoco podía moverse, así que empezó a palpar la cama buscando algo para usar de palanca. Le pusieron algo duro y frío bajo la barbilla, y vomitó.

   —Son náuseas por la anestesia. Se te pasará. Voy a ponerte antiemético en el goteo, para que no vuelvas a vomitar —dijo una voz suave.

   Giró la cabeza a un lado y vio a una mujer de uniforme rosa sonriéndole amablemente. Y entonces lo recordó todo: dónde estaba y qué estaba pasando.

   —Mi niña. ¿Cómo está mi niña? ¿Está…?

   La enfermera sonrió.

   —Bien. Está perfectamente.

   Acercó una cuna transparente con ruedecillas hacia la cama. Una recién nacida diminuta con mechones de pelo oscuro dormía boca arriba. Sus párpados, finos como el papel, se movían trémulamente. No podía creer que aquella niña delicada y perfecta fuera suya.

   —Enhorabuena, mami. ¿Te gustaría conocer a tu hija?

   La enfermera cogió a la bebé y la puso sobre el pecho de Nicole, sosteniéndola allí con una mano pequeña y firme.

   De repente, Nicole empezó a sollozar, asustando a la enfermera.

   —Esto abruma, cielo, ya lo sé. Está completamente sana. Dos kilos novecientos y cincuenta y seis centímetros de largo. Y preciosa de la cabeza a los pies. Estarás entumecida y un poco grogui un rato. Me la voy a llevar por ahora, pero en breve te la traeré para que le des el pecho y tome el calostro.

   La enfermera le cogió a la niña antes de que estuviera preparada. Estaba procesándolo muy lentamente; todo estaba ocurriendo muy rápido y no conseguía ralentizarlo.

   —¿Dónde están mi marido y mi amiga?

   Miró a la niña en brazos de la enfermera. Su nariz era diminuta, y su boquita, perfecta, un milagro. Intentó controlar las lágrimas, pero no podía. Era madre. Una oleada de amor, abrumadora y absoluta, se extendió por todo su cuerpo hasta que su ferocidad casi dolía. Entonces la inundó una marea de dolor al recordar a Amanda en sus brazos, muchos años antes.

   —Están esperando fuera. Tienes que recuperarte un poco más para que puedan entrar visitas.

   Su hija parecía muy quieta en los brazos de la enfermera. El miedo le subió por la garganta.

   —Respira, ¿verdad? ¿Está respirando?

   La enfermera la miró con una expresión tranquilizadora.

   —Respira perfectamente.

   Nicole notó cómo la tensión abandonaba su cuerpo. Se estaba quedando dormida, por mucho que intentara evitarlo. Cuando volvió a abrir los ojos, Greg estaba sentado al borde de la cama, con los brazos vacíos.

   Nicole se incorporó bruscamente. Su vientre reaccionó con una sensación de quemazón y tirantez.

   —¿Dónde está la niña? —exclamó.

   —Cuidado, Nic. Tienes que ir con calma. —Señaló la cuna que estaba junto a la ventana—. Está ahí, y es guapísima.

   Al ver aquella diminuta figura envuelta en rosa, su pulso empezó a ralentizarse. Había dado a luz una niña sana y, a pesar de la aterradora cirugía, era madre. Buscó la mano de su marido.

   —¿De verdad tenemos una hija?

   Su corazón se derritió al ver el asombro en los ojos de Greg.

   —Es igual que tú. Es preciosa —le dijo.

   Nicole sabía que, en cuanto su marido viera a su hija, se enamoraría de ella.

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