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Se lo que quieres(3)
Author: Samantha M. Bailey

   Holly asintió y le entregó un sobre blanco.

   —He abierto todo tu correo de negocios, pero esto no. Parece personal, y no quería ser fisgona. Puede que sea una carta de algún fan después del artículo en el Tribune…

   El pulso de Nicole se aceleró al instante. Notaba el corazón latiéndole a golpes. Vio el garabato familiar en la parte delantera. Llevaba su nombre de soltera: Nicole Layton. Y el matasellos era de Kenosha, Wisconsin. El lugar donde su vida se había derrumbado diecinueve años antes. No era una carta de un fan. Ni muchísimo menos.

   Había pedido al Chicago Tribune que no mencionaran su embarazo en el artículo precisamente por esto. No quería que nadie de su pasado supiera que iba a tener una niña. Lucinda insistió en que el artículo sería genial publicitariamente: Nicole, una directora ejecutiva embarazada y poderosa que pregonaba el equilibrio, demostraría que las mujeres realmente podían tenerlo todo. El texto hablaba de los logros visionarios de la compañía: sus talleres de empoderamiento y de concienciación curativa, la singular línea de productos corporales creada «por mujeres para mujeres» y la ética de la compañía en pos de que las mujeres llevaran una vida equilibrada. Parte de las ganancias de todos los productos de Breathe iban destinados a una fundación que ofrecía apoyo y asesoramiento a adolescentes huérfanas, chicas como la propia Nicole. Sus padres se mataron en un accidente de coche durante su último año en el instituto, así que sabía perfectamente lo que era sentirse sola, no tener nada ni a nadie. Lo que no sabía era que el periódico no respetaría sus deseos, que mencionaría su embarazo y que esperaba una niña.

   La historia llevaba una semana publicada. Desde entonces, cada día se había preguntado si llegaría otra carta. Y ahí estaba.

   Estiró el brazo y cogió el sobre.

   —Gracias, Holly —dijo, consiguiendo mantener la voz serena. No quería que notase el repentino sudor sobre su piel—. ¿Puedes conseguirme las cifras de San Francisco para la colección Stream? Los tankinis no se están vendiendo todo lo bien que esperábamos. Necesito las cifras antes de la reunión con el consejo. Es la última antes de la baja.

   —No puedo imaginar una reunión del consejo sin ti. ¿Cómo lo vamos a hacer?

   —Estaréis perfectamente. Tenéis a Tessa y a Lucinda, y a todo el equipo de la oficina. No me vais a echar nada de menos.

   —Al menos, prométeme que no nos llamarás por Skype luciendo el sujetador de lactancia de Breathe.

   Nicole soltó una carcajada.

   —No lo veo probable —contestó.

   Holly salió del despacho, cerrando la puerta tras de sí.

   La sonrisa falsa se desvaneció al instante. Pensó en romper el sobre en pedazos. Si no leía lo que había dentro, tampoco sabría a qué amenazas se enfrentaba. Pero algo en su interior le pedía saberlo. Se le hizo un nudo en la garganta.

   La primera vez que recibió una carta como aquella vivía en la residencia de Columbia, durante el semestre de otoño de su primer año de universidad. Contenía dos frases escritas a máquina:

   SÉ LO QUE HICISTE. TÚ DEBÍAS CUIDARLA.

ALGÚN DÍA, LO PAGARÁS.

   Un miedo cortante le atravesó el pecho en ese momento; los dedos se le quedaron dormidos. Desde entonces le estuvo llegando un sobre blanco cada año, hasta hace cinco, cuando de repente, pararon. Nicole pensó esperanzada que Donna tal vez había superado lo ocurrido aquel terrible verano, igual que ella misma lo había intentado. Pensó que nunca más volvería a acosarla. Pero, al parecer, no era así. Su mano temblaba al sostener el sobre. Donna se volcaba sobre su bebé como si fuera una capa de protección. Se preocupaba con cada estornudo de su niña. Se quedaba en la habitación de la pequeña Amanda mientras dormía, poniendo una y otra vez la nana que sonaba en el móvil de mariposas sobre la cuna. Era una madre que quería a su hija tanto como Nicole quería ya a su bebé aún por nacer. Sin embargo, Donna había perdido a la suya para siempre. ¿Podía una madre superar eso alguna vez?

   Y ahora tenía un nuevo sobre delante. Sin dejar de apretarlo, se levantó de la silla. Con el paso de las semanas de embarazo, se movía con más torpeza, pero, más allá de su enorme tripa, seguía estando en forma y tonificada gracias al yoga que hacía a diario en su despacho. De hecho, animaba a todos los empleados a tomarse tiempo para sí durante la jornada laboral.

   Dejó el sobre a un lado y bajó lentamente sobre la colchoneta de yoga junto al ventanal, pasando de la postura prenatal de loto a la del gato. Centrándose en la respiración, susurró:

   —Mi corazón está centrado y abierto. Me quiero y dejo que mi corazón conecte con el de los otros. Me perdono y quiero vivir con gratitud y gracia.

   El bebé se estiró dentro de su vientre, y Nicole agradeció el vínculo que ya sentía con su hija.

   Estaba preparada. Se incorporó sobre la colchoneta, cogió el sobre y lo abrió. Sacó el papel de color blanco:

   NO TE MERECES UNA HIJA. ERES UNA ASESINA.

NO ERES CAPAZ DE MANTENERLA A SALVO.

   La tinta de aquellas palabras escritas a máquina se emborronó con sus lágrimas. Donna había leído el artículo en el Tribune y sabía que estaba esperando una niña.

   Volvió a meter la carta en el sobre, se levantó agarrándose al borde del alféizar. Con el sobre en la mano, apretó la mejilla encendida contra el frío cristal de la ventana que daba sobre West Armitage Avenue. Observó a las mujeres entrando y saliendo de la primera tienda de Breathe, junto a las oficinas de la compañía que ocupaban las cuatro plantas del edificio gris pizarra de North Halsted, en Lincoln Park.

   Su hija no paraba de moverse en su interior.

   Sentía el pecho comprimido y su respiración salía superficial y entrecortada. Empezó a ver puntitos negros. Estiró la palma de la mano para apoyarse contra la ventana, mientras el tráfico de la calle solo acentuaba la sensación de vértigo. No podía desmayarse en el trabajo.

   —¿Nic?

   Hizo rápidamente una bola con el papel y, al mirar por encima del hombro, vio el menudo cuerpo de Tessa en el umbral de su despacho. En pocos instantes estaba a su lado, poniéndole una mano suavemente sobre la espalda.

   —Estás bien. Coge aire. Bien. Ahora espira. Otra vez. —Tessa respiraba con ella—. Una vez más. Bien.

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