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Se lo que quieres(2)
Author: Samantha M. Bailey

   Suspiró. ¿Cómo iba a poder alejarse de la oficina? Nunca se había ido de vacaciones sin el móvil o el portátil. De hecho, si se paraba a pensarlo, en realidad tampoco se había tomado vacaciones. Solo serían seis semanas, se dijo. El mes y medio que había negociado con el consejo de administración y su némesis, Lucinda Nestles, presidenta ejecutiva de Breathe. Quería empezar bien la vida de madre, pero no era capaz de verse sin trabajar. En muchos sentidos, Breathe había sido su primer hijo. Ahora llevaba en su vientre al segundo. Pero todo iría bien. Tessa, su mejor amiga y directora de producto de Breathe, la mantendría al corriente de todo mientras estuviese de baja.

   Apretó el botón del interfono para llamar a la encargada de la oficina.

   —Holly, ¿puedes decirle a Tessa que venga a verme en cuanto llegue?

   —Sí, claro —contestó Holly.

   Nicole apartó sus gruesos rizos castaños de la cara y puso una mano sobre su tripa. Notaba un pie, o quizá fuera un codo saliendo. Su inminente maternidad la entusiasmaba y la aterraba al mismo tiempo. No había sido algo planeado. Un día fue a ver a su médico para que le diera algo que le aliviara lo que creía que era un brote agudo de gripe estomacal, y descubrió que estaba embarazada de trece semanas. Siempre estaba tan hasta arriba de trabajo que se le había olvidado controlar su regla, que se había irregularizado por el estrés laboral. La noticia la condujo al pánico. Pero en cuanto el ecógrafo pasó el transductor por encima de su estómago, inundando la habitación con un sonido que le recordó a una manada de caballos al galope, lo que sintió fue esperanza y expectación. Una oportunidad de redimirse, una absolución del pasado. Una oportunidad de crear una nueva vida, para su bebé y para sí misma.

   Sonreía al recordar la noche en la que le enseñó la ecografía a Greg. Esperó hasta volver de la fiesta por el lanzamiento de la aplicación de wellness-en-diez-minutos de Breathe. En cuanto se sentaron a charlar en el sofá, como hacían después de cada evento de la compañía, puso la fotografía en blanco y negro sobre su mano.

   —¿Qué es esto? —dijo él, frunciendo el ceño.

   Nicole no estaba segura de cómo reaccionaría, pero sí de que no sería un problema.

   —Nuestro bebé.

   —¿Cómo? —susurró él, como si decirlo más alto pudiera hacerlo más real.

   Sus ojos se abrieron de par en par y se quedó tan pálido que Nicole pensó que se iba a desmayar.

   —Sé que nunca lo hemos planeado, pero ha pasado.

   Buscó su mano y entrelazó sus dedos con los de él. A Greg le encantaba que le tocara. La adoraba. Ponía las necesidades de Nicole por encima de las suyas propias.

   Aún parecía consternado, pero su mirada se suavizó.

   —Solo te lo voy a preguntar una vez, y a partir de ese momento estaré a tu lado, digas lo que digas. ¿Quieres tenerlo?

   Nicole le miró fijamente.

   —Sí, quiero tenerlo. Se lo podemos dar todo, Greg. Seremos unos padres fantásticos. Nos las arreglaremos. Siempre lo hacemos.

   Greg sonrió y volvió a mirar el papel.

   —No lo veo.

   Ella soltó una carcajada y señaló la pequeña forma de judía en la imagen.

   Greg ladeó la cabeza mirándola.

   —Pero siempre has dicho que no querías tener hijos.

   Tenía razón. Pero él no sabía por qué Nicole se obcecaba en que nunca sería madre.

   —Hasta que ha ocurrido, no sabía lo mucho que lo deseaba.

   —Supongo que buscaremos una niñera. Porque está claro que tú no te vas a quedar en casa.

   Nicole hizo una mueca. Ella nunca contrataría una niñera. Y tampoco le contaría a Greg por qué. Así que lo único que contestó fue:

   —Bueno, ya veré cuánto tiempo me puedo coger, y Breathe tiene guardería en la oficina.

   Él asintió, pero todavía estaba aturdido ante el inmenso cambio vital que se les venía encima de una manera imprevista.

   En la ecografía de la semana diecisiete, con las manos pegajosas de él envolviendo la de Nicole, también sudorosa, el técnico les anunció:

   —¡Es una niña!

   Greg besó su mejilla y susurró:

   —Sabes que nunca voy a dejar que salga con chicos, ¿verdad?

   Y Nicole cerró los ojos, dejando que la noticia calara en ella. Su vida había cerrado un ciclo. Una niña perdida, otra ganada.

   Ahora, ya de treinta y nueve semanas, la diminuta judía se había convertido en un bebé que le clavaba a diario sus pequeñas y afiladas extremidades, haciéndole saber que estaba ahí. Que estaba viva.

   Nicole se sentía inmensamente agradecida por tener a Greg. Por el tipo de hombre y de marido que era. Volvió a mirar la foto que había hecho esa misma mañana. Era de la preciosa cuna de color blanco crema que había elegido del catálogo de Petit Trésor. Greg la había montado por sorpresa la última noche, en el cuarto de la niña, mientras ella dormía. Debió de llevarle horas.

   Por la mañana, cuando llevó a Nicole hasta la habitación, parecía estar a punto de desmayarse:

   —¡Sorpresa! —dijo.

   —Oh, Greg, me encanta… ¡Gracias!

   Le abrazó con fuerza, esperando que fuera capaz de mantenerse despierto en el trabajo. Sí, Breathe les había hecho ricos, pero a Greg también le iba muy bien como corredor de bolsa; en absoluto era un mantenido.

   Su ensoñación se vio interrumpida por Holly, la encargada de la oficina, que entró en su despacho. Dejó el correo de Nicole en un montoncito ordenado junto a su ordenador morado.

   —Tessa está de camino.

   Nicole apartó de su mente la vida personal y todos los cambios que se avecinaban.

   —Genial. Ya he revisado la web actualizada; va a haber que hacer algunos cambios. El programa de «Del caos a la calma» parece demasiado activo. —Se quedó pensando un instante—. ¿Podemos pedir al equipo informático que lo reduzca de siete posturas de yoga a cinco? Y comprueba con Ventas cómo van los últimos pedidos de la línea de chaquetas de chándal de otoño. Si están donde deberían estar, Tessa puede sacar la aplicación con Marketing para que coincida con el lanzamiento del folleto.

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