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El castigo de los reyes (Furyborn, #3, Empirium, #2.1)(10)
Author: Claire Legrand

   —Por suerte para vosotros, los tres estamos acostumbrados al peligro. —El chico hizo gestos a Ludivine y a Rielle para que se le acercaran—. Ella es lady Ludivine Sauvillier, la sobrina de mi madre. Y ella... —Le cogió la mano a Rielle, y su semblante se volvió más dulce—. Ella es lady Rielle Dardenne, recién nombrada Reina Solar y una amiga muy querida.

   —Tu amante —espetó una voz nueva. Era una voz de mujer, fina y cortante como el viento despiadado—. ¿Acaso creías que nosotros, simples bárbaros de Borsvall, estábamos demasiado aislados de los chismorreos del mundo como para saberlo?

   Una joven emergió de las sombras del templo derruido y se colocó al lado de Ilmaire. Era ágil y casi tan alta como él. Su mirada era amenazadora y cada uno de sus movimientos estaban cargados de energía. Tenía la misma piel pálida, la misma elegancia en la mandíbula y en la nariz y el mismo pelo claro recogido en apretadas trenzas. Su largo abrigo de pieles se arrastraba por el suelo, y el jubón de cuero que llevaba debajo parecía una armadura.

   Rielle supuso que se trataba de lady Ingrid Lysleva, la hermana gemela del príncipe Ilmaire. Con veintiún años, según le había dicho Audric, era la comandante más joven que había dirigido el ejército de Borsvall.

   Ludivine, con cara de preocupación, inclinó la cabeza para saludarla. «Algo me impide leerles la mente.»

   La sonrisa engreída de Ingrid enfureció a Rielle.

   —Tienes una forma curiosa de presentarte, quienquiera que seas.

   Audric le tocó el brazo con suavidad.

   —¿Lady Ingrid? No sabía que contaríamos con tu presencia.

   La sonrisa de Ingrid se endureció.

   —Hay muchas cosas que no sabes, Alteza.

   Entonces, la princesa rugió algo con furia en lengua borsvalina.

   Ludivine gritó «¡No!» y se abalanzó ante Rielle.

   Una decena de soldados ataviados con cuero y pieles saltaron de entre los arbustos y de entre las estatuas erosionadas por el mar que adornaban el techo medio derruido del templo. Se arremolinaron a su alrededor con las espadas y las hachas centelleando.

   —¡Detente, Ingrid! —gritó Ilmaire y, a continuación, pronunció algunas órdenes severas en borsvalino.

   Pero los soldados no obedecieron, y una terrible certeza le inundó el pecho a Rielle: aquellos soldados no eran leales a su príncipe, sino a su comandante.

   Audric sacó a Ilumenor, cuya hoja brillaba tanto que Rielle tuvo que protegerse los ojos. Una feroz ráfaga de viento, cargada con la magia de los silbavientos, golpeó a Rielle y la tiró al suelo antes de que pudiera volverse hacia sus atacantes. Se dio un fuerte golpe en la cabeza contra una piedra. Audric soltó un grito de dolor, y la luz de Ilumenor titiló y se extinguió.

   Rielle, con la visión borrosa, miró hacia arriba. Otro soldado agarró a Ludivine y le retorció los brazos tras la espalda. Rielle se esforzó en levantarse, con las palmas despertándose y chisporroteando con furia, pero el viento de la montaña se le agolpó alrededor de los dedos. Ingrid rugió:

   —¡Detente ahora mismo o le rajo la garganta!

   Rielle se volvió poco a poco, y el terror le golpeó enseguida el estómago.

   Audric estaba de rodillas al lado de Ingrid. Ella le apretaba contra el cuello la espada que le había arrebatado y le enrollaba la otra mano en el pelo. Rielle miró a Audric a los ojos, y él negó con la cabeza todo lo que pudo.

   Unos soldados se abalanzaron sobre Rielle, le cogieron los brazos y se los sujetaron a los lados.

   Ingrid mostraba una sonrisa lupina.

   —Ni se te ocurra lanzarnos ese poder que tienes, querida Reina Solar, o verás cómo corto a tu amante en pedacitos.

   —Basta, Ingrid —dijo Ilmaire. Su voz era el único punto de tranquilidad en medio del aire tenso del océano—. Tú no eres así. No es nuestro estilo.

   —Esto es en lo que ellos nos han convertido —replicó Ingrid, moviendo la cabeza en dirección a Rielle—. Asesinaron a nuestra hermana. Han nombrado Reina Solar a una chica a la que nadie conocía sin consultar a ninguno de los líderes sagrados de las otras naciones.

   La ira hirvió al rojo vivo en el corazón de Rielle.

   —¿Cómo te atreves a acusarnos? Soldados de vuestro reino atacaron a Audric hace unos meses, y ahora que él viene a cumplir el mandado de la amistad, ¿lo emboscáis de nuevo? —Dio un paso al frente, mareada de ira—. No eres digna de tocarlo. Suéltalo de inmediato.

   —Tú sigue dándome órdenes, que yo iniciaré una guerra en condiciones aquí y ahora.

   —Ya estás peligrosamente cerca de conseguirlo, lady Ingrid —dijo Audric con voz tensa. Trató de mirar a la izquierda, pero su captora le presionó aún más la hoja contra el cuello—. ¿Lu?

   —Aquí estoy —sonó la voz llorosa de Ludivine a unos pasos de distancia.

   Un soldado le estaba atando las manos a la espalda. A continuación, le puso un saco de tela sobre la cabeza, y ella soltó un grito aterrorizado.

   —¿Lu? —exclamó Audric, intentando zafarse de Ingrid.

   Ludivine dijo con voz ahogada:

   —Estoy bien. Por favor, Audric, no los enfades más. No pasa nada.

   «No pierdas la calma —instruyó Ludivine. Su voz angelical sonaba mucho más tranquila—. Ilmaire todavía es nuestro amigo y aliado.»

   «Eso no nos sirve de nada si sus propios soldados no le hacen ni caso —soltó Rielle furiosa—. Contrólales la mente. Haz que nos liberen.»

   «No.»

   «Ludivine...»

   «He dicho que no, Rielle. La situación no es tan grave por ahora. Aún podemos ganárnoslos.»

   Rielle se hundió las uñas en las palmas de las manos. «Tan pronto como Audric esté a salvo, haré que Ilmaire, su hermana, sus soldados y todo su podrido reino ardan hasta que no quede nada.»

   «No es verdad —dijo Ludivine con voz severa—. Eso es exactamente lo que quiere Corien: una guerra que divida nuestras naciones para que le resulte más fácil destruiros.»

   —¿Qué está pasando, Ilmaire? —le espetó Audric—. ¡Hemos venido a ayudaros!

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