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Se lo que quieres(11)
Author: Samantha M. Bailey

   Está demasiado cerca de mí. Me siento arrinconada, sin salida.

   —¿Es posible que Nicole conociera a Ryan? ¿Pudo estar involucrada en el desfalco?

   El estómago se me revuelve. A pesar de que no dejo de pensar en Ryan, odio hablar de él.

   —Todavía no sé a cuántas personas estafó. Puede que también engañara a Nicole, o a algún conocido suyo. Es posible que ella pidiese dinero a la gente equivocada para intentar cubrir el dinero perdido. O puede que estuviera compinchada con él y que nunca la cogieran. No sé nada. —Mi voz se quiebra—. Ryan no me ha dejado más que preguntas, dolor y rabia. Nunca llegué a conocerle. —De repente, se me ocurre algo—. Jessica, ¿y si yo también estoy en peligro?

   —Tranquilízate. Nada apunta a que sea así. La notita ni siquiera demuestra que nadie quisiera hacer daño a la niña, a ti o a Nicole. Tal vez la niña no estuviese a salvo con ella. —Jessica se pone en pie y empieza a caminar por la pequeña sala. Su expresión se suaviza—. Sé que esto es duro. Pero tienes que mantener la calma.

   —Pero ¿cómo voy a mantenerla cuando Nicole dijo mi nombre, me pidió que quisiera a su bebé y luego se mató delante de mí?

   Se da golpecitos sobre los labios con una de sus uñas pintadas de rosa.

   —Vamos a averiguar por qué se dirigió a ti y si corres algún peligro, ¿de acuerdo? Y estoy segura de que el bebé estará en buenas manos.

   Sabe que estoy preocupada por la niña sin tener que decírselo. Es como si Jessica se hubiera colado en mis pensamientos más profundos. Me conoce demasiado bien.

   Suspira.

   —Haré todo lo que pueda para averiguar algo más sobre Quinn. Pero, por ahora, mi objetivo es sacarte de aquí lo antes posible, ¿vale?

   Me dejo caer sobre el respaldo de la silla.

   —Sí. Lo que tú digas.

   Va hacia la puerta y la abre. Veo que le hace un gesto a Martínez. La inspectora entra de nuevo en la diminuta sala. Jessica me mira fijamente y pongo una mano sobre mi rodilla. Me tiembla todo el cuerpo.

   —¿Puedo irme a mi casa ya? —pregunto.

   Solo quiero estar en mi casa.

   —Todavía no. Tengo un par de preguntas más y va a tener que contestarlas antes de irse.

   Una expresión de inquietud atraviesa el rostro de Jessica.

   —¿Podemos hablar fuera un momento, por favor? Usted y yo.

   Ambas salen al pasillo, cerrando la puerta tras de sí. Por un instante, me dejan sola; sin embargo, antes de que pueda acostumbrarme, vuelven a entrar.

   Martínez se sienta al otro lado de la mesa. Jessica se apoya contra la pared. Me lanza una mirada que dice: «Habla lo menos posible».

   La inspectora se acomoda lentamente, tomándose su tiempo.

   —No tenemos todo el día, Martínez —dice Jessica.

   Martínez clava sus ojos de color café en los míos.

   —La víctima cayó de espaldas. La mayoría de los suicidas no saltan hacia atrás.

   No comprendo. Aprieto los labios con fuerza y me agarro a los brazos de la silla para evitar que me tiemblen las manos. Vuelvo a revivir esos segundos finales en mi cabeza. ¿La vi saltar o no? Mi mente se queda en blanco.

   De repente, me veo catapultada a otro momento, al instante en que entré en el despacho de Ryan en casa y le encontré en el suelo. Mi corazón y mi vida se hicieron añicos. La sensación húmeda y pegajosa de su sangre en mis pantalones de lana vuelve rápidamente a mí; también la de mis manos teñidas de rojo después de quitarle la pistola de los dedos. Me aterraba que volviera a dispararse. Intenté detener la hemorragia de la herida en su abdomen, suplicando que volviera a respirar, pero ya era demasiado tarde. Sí, mi matrimonio no era perfecto. Ryan y yo teníamos nuestras riñas. Yo quería tener un hijo, él no. Había tensiones. Pero jamás quise que muriera.

   Y ahora esa pobre mujer también está muerta. ¿Por qué no he sido capaz de ver lo que pasaba delante de mis narices? ¿Por qué es todo tan opaco?

   —Morgan, ¿le quitó usted a la niña antes de empujarla del andén?

   La acusación me golpea como una bofetada en la cara. Alzo la vista hacia ella. Mi cuerpo se queda helado y tengo que contener las ganas de vomitar sobre el suelo. Está insinuando que yo maté a Nicole Markham.

   —¿Qué? —digo mirando a Jessica, preguntándome cómo demonios me pueden hacer una pregunta así.

   Jessica interviene.

   —Nicole puso a su bebé en brazos de mi clienta, no al revés. Y si Morgan no hubiera estado ahí para coger a esa niña, habría caído al suelo, o peor, a las vías. También podría haberla golpeado el metro. ¿Qué clase de pregunta es esa? Morgan salvó a esa bebé. Muchos testigos lo vieron. Es una heroína.

   Jessica levanta una ceja a Martínez.

   La inspectora sonríe, haciendo que se le marque un hoyuelo en la mejilla izquierda. En cualquier otra persona quedaría bonito. En ella resulta amenazante.

   —No creo que «heroína» sea la palabra que mejor la describa.

   En eso tiene razón. Una heroína habría reconocido el profundo dolor de Nicole y habría sabido qué hacer inmediatamente, evitando que esa madre desesperada acabase con su vida. Yo me quedé mirando, inútil, boquiabierta como un pez, mientras dejaba a su bebé en mis brazos. Una heroína habría intuido que su marido la estaba utilizando a ella y a muchas otras personas para hacerse rico, y lo habría evitado. Es posible que sea lo único en lo que estemos de acuerdo Martínez y yo: no soy ninguna heroína.

   La inspectora se pone en pie apartando la silla hacia atrás. Sus siguientes palabras desatan un escalofrío en lo más profundo de mi ser:

   —O sea, que insiste en que no conocía a Nicole Markham, y, sin embargo ella la llamó por su nombre. Solo tengo una pregunta más: ¿hasta qué punto desea tener un hijo?

   —No contestes, Morgan —salta Jessica bruscamente mirando a Martínez—. Ya está bien. A no ser que se acuse de algo concreto a mi clienta, nos vamos.

   Martínez hace una gesto hacia la puerta.

   —Son libres de marcharse. Volveremos a hablar en breve, estoy segura de ello. Es increíble lo que te pueden pillar haciendo cuando crees que nadie te ve.

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